sábado, 27 de febrero de 2016

Presencia y pertenencia


¿Cómo no enternecernos con la parábola del Padre misericordioso que celebra el regreso del hijo pródigo? (Lc 15,1-3). Jesús quiso que conociéramos las entrañas de ese Padre que no lleva cuenta de las infidelidades de sus hijos y que espera, con impaciente solicitud, la vuelta de los que se han ido de su lado. Puede que éste sea el único punto en que Dios no es paciente: cuando se trata de esperar el retorno de sus hijos a casa. ¿No te resulta entrañablemente encantador verlo cada día salir al camino y otear el horizonte en busca del hijo que un día se fue?


Pero si la actitud respecto al pródigo resulta conmovedora, más aún lo es el modo que este padre tiene de comportarse con el hijo mayor. Presta atención para escuchar lo que le dice: "Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo". 

Ojalá que no nos olvidemos de estas verdades: que estamos siempre con el Padre y que todo lo suyo nos pertenece. Nos pertenece Él mismo por su paternidad; el Hijo que nos ha sido dado en un derroche inabarcable de misericordia; el Espíritu Santo, presencia de Dios viva, continua y eficaz en lo más hondo del alma, desde donde va realizando nuestra transformación en Jesús.

Sí, Dios mismo nos pertenece. Y nos pertenece todo lo suyo: su gracia, los dones de Su Espíritu, su misericordia... ¿Qué hacemos cuando no somos con el resto de sus hijos como Él mismo es...? Párate y reflexiona en su Presencia: todo, absolutamente todo lo suyo te pertenece...