domingo, 25 de diciembre de 2016

Navidad, silencio, desierto... y Dios

Celebramos un año más la Navidad, la Presencia de Dios con nosotros y en nosotros. Y nos sumergimos en esa Presencia "todoabarcante" ayudados por la liturgia: el Dios encarnado es Luz que brilla en las tinieblas, gozo para los que están en Su Presencia, liberación de nuestros yugos y alivio de nuestras cargas, dilatación de una paz sin límites, sostén y consolidación de esa paz en nuestras vidas, victoria sobre nuestros peores enemigos -los que nos hacen la guerra desde dentro-, consuelo, rescate y salvación...

Con Dios entre nosotros y en nosotros hemos dejado de ser los perdidos y abandonados; ahora somos buscados, encontrados y acogidos porque "un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado"; porque "la Palabra se hizo Carne y acampó entre nosotros" y a pesar de que cuando vino a los suyos algunos no Le recibieron, a los que lo acogieron en sus vidas les dio -nos da- el poder de ser hijos de Dios, hijos del mismo Padre en Él, el Hijo que lo perdió todo para ganarnos del todo.

Navidad es todo esto y mucho más porque el Misterio insondable del Dios encarnado ensancha nuestros horizontes vitales hasta límites insospechados... Piénsalo, medita apoyándote en la Palabra que nos ha sido revelada en Él y guarda todo esto en el silencio de tu corazón como hizo Ella.



domingo, 18 de diciembre de 2016

Contemplando a José

Ya en puertas del nacimiento del Señor, la liturgia nos presenta en este cuarto Domingo de Adviento la figura de José, ese hombre bueno a quien Dios confió el cuidado de Su propio Hijo y de la Madre (Mt 1,18-24).

¡Cuántas cosas nos enseña José! Lee si no el texto del Evangelio de hoy y verás todo lo que te sugiere el Espíritu Santo a partir de la persona y la actitud de este hombre recto, honrado, cabal. 


Sí, José, el hombre silencioso, dócil y fiel tiene mucho que decirnos. Sus silencios valen muchísimo más que las palabras. José duerme, con un sueño agitado, los acontecimientos extraordinarios de su vida. Una vida que era tranquila y que, por expreso querer de Dios, va a ser zarandeada y agitada desde sus mismos cimientos. Observa a José; mira cómo escucha... y cómo reacciona...


Me gustaría hablarte mucho de José: es un hombre que me enamora. Pero prefiero pedirle hoy que sea él mismo quien te diga porqué su vida agradó tanto a Dios. Estoy segura de que lo hará... desde su acostumbrado silencio.

Me atrevo sólo apuntar algo que queda puesto de manifiesto en el evangelio de hoy y que sirve, sin duda, para alentar nuestra esperanza: José decidió, aunque equivocadamente. Pero Dios se encargó, a su modo, de enderezar lo que podría haberse torcido... Párate brevemente en esto y considéralo despacio dejándote iluminar por el Espíritu. Verás como aumenta tu valentía para decidir en conciencia qué hacer en cada momento de tu vida sabiendo que, si te equivocas, el mismo Señor saldrá por ti impidiendo que frustres el plan de amor que ha diseñado para que llegues a la plenitud que ha querido darte.

Ojalá encuentres unos momentos en este día para contemplar en silencio el sueño de José. Ojalá los encuentres porque el santo patriarca te mostrará caminos insospechados...



domingo, 11 de diciembre de 2016

Un Domingo para el gozo y la alegría

Celebramos hoy el Domingo del gozo, de la alegría, porque el nacimiento del Señor está cerca, muy cerca.

Nuestro Dios se hace Niño, uno de nosotros: se hace bálsamo para curar nuestras heridas; luz para nuestros ojos ciegos que no consiguen descubrirlo en lo que sucede o en los otros; agilidad y movimiento para nuestros miembros entumecidos y cansados de vagar sin rumbo fijo; resurrección en nuestras muertes cotidianas... Éste es el anuncio de Isaías (35,1-6a. 10) que se realiza en Jesús, como Él mismo afirma ante los discípulos que han sido enviados por el Bautista para preguntarLe si es Él el que ha de venir o tienen que esperar a otro (Mt 11,2-11).

No, no tenemos que esperar otro salvador porque el Salvador ha venido al mundo y sale cada día a nuestro encuentro para sanar nuestras enfermedades y librarnos de nuestras esclavitudes, de todo eso que nos limita y nos ata. 

Pero sí tenemos que esperarLe a Él cada día que amanece, cada minuto de nuestra jornada. Tenemos que esperarLe permaneciendo en un silencio humilde en nuestra ceguera, en nuestra inmovilidad, en nuestra muerte, en nuestros límites, en nuestros desalientos y frustraciones; tenemos que esperarLe  con el corazón ensanchado por la esperanza porque Él viene con su salvación. Si Le esperamos así, procurando sonreír aunque nos rodee la oscuridad, Le descubriremos, mientras Le esperamos, dentro de nosotros alentando esa espera y haciéndola dichosa porque Le sabemos junto a nosotros, en nosotros.

Por eso la invitación de la Iglesia al gozo en este Domingo llamado gaudete es una invitación universal, para todos, estemos en la situación que estemos. Sí, alégrate y salta de gozo porque tu salvación está cerca; alégrate porque Dios está contigo y en ti sanándote, iluminándote, rescatándote... amándote. Que la Virgen, Madre de la Esperanza y de la Espera, nos obtenga de su Hijo la gracia de vaciarnos para dejar que esta Palabra de salvación que es Él mismo haga eco en nuestro interior y sostenga nuestra espera.


domingo, 4 de diciembre de 2016

Vueltos al que viene

Hoy resuena potente en nuestros oídos la voz de Juan el Bautista llamándonos a la conversión ante la inminente llegada del Señor (Mt 3,1-12).

Para escucharla hemos de adentrarnos en el "desierto" de nuestra vida; avanzar con paso seguro hacia esas zonas oscuras que todos tenemos en nuestro interior o que descubrimos en la realidad que nos rodea sabiendo que contamos con la gracia para acogerlas. Sí, el Señor nos concede, si así se lo pedimos, permanecer en eso que nos hace sentir repulsión aguardando con paciencia, en silencio, Su salvación.

Hoy una voz clama en ese desierto personal diciéndonos cómo hemos de permanecer en esa realidad que, de suyo, nos escupe: hemos de "estar" vueltos al Señor aguardando Su venida. Esa es la "posición" que ha de tener nuestra "permanencia".

Permanecer siendo conscientes de que todo eso que no nos gusta, que nos aflige, entristece y molesta, que nos hace daño y nos hunde, forma parte de nuestro equipaje pero no es lo determinante. Tras haberlo reconocido tenemos que colocarlo detrás para que no estorbe nuestra visión del que viene. A Él tenemos que estar vueltos mientras esperamos Su liberación. No importa que no veamos nada, que voces agoreras nos digan que todo va a seguir igual. Sabemos que esto no es verdad porque la salvación que esperamos es la que tiene la última palabra. Y esa salvación llegará.





sábado, 26 de noviembre de 2016

Adviento




Ven… Oigo la invitación continuamente. Me llaman las personas con las que comparto la vida. Me puede la agenda y la urgencia de cada día. Tira de mí la realidad de un mundo injusto al que parece que me acostumbro. Me provocan los miles de estímulos del comercio, la publicidad, las opiniones, las noticias, los gritos… Y me llama esa voz para la que no tengo tiempo, que brota en lo más hondo y que casi me cuesta reconocer. Esa voz que suena a verdad y autenticidad, a futuro y posibilidades, a equilibrio y belleza…
Ven, te digo yo cuando consigo organizar este caos que me habita. Sin saber si me escuchas o me escucho yo mismo. Te grito cuando me agobio y cuando siento necesidad de algo más que aún no ha llegado. Siempre más… Ven, sí. Porque ya has venido otras veces y he notado que todo iba mejor entonces… Porque quizás seas lo que me falta y nos falta…
Ven, me dices tú a mí. Sí, a mí, que soy un mar de duda y contradicción. Ven, me dices, a vivir diferente este Adviento. Desde lo hondo. En la escucha y la acogida. Atento a lo que nace y a lo que haces. Con otros, quizás los de siempre pero mejores. En la esperanza y en la autenticidad. Ven. Me invitas a estrenar un camino que puede ser nuevo, si te dejo recorrerlo a mi lado.
Empieza Adviento…


    ¿Qué voces me llaman diariamente, y me confunden, me empobrecen, me debilitan y entretienen?
    ¿Cómo intuyo la voz de Dios que me susurra en lo cotidiano? ¿Por qué medios me llega?
    ¿Qué estoy dispuesto a permitir de novedad en este tiempo?
    ¿Cómo voy a dejar que Él trabaje en mi interior?
    ¿Hasta dónde puedo comprometerme más con los hermanos, con causas de justicia, en estas semanas?

    lunes, 21 de noviembre de 2016

    En las alas del Espíritu

    Hoy la liturgia nos propone el Evangelio de la viuda pobre que echa en el cepillo del Templo todo lo que tiene para vivir (Lc 21,1-4).

    La generosidad de esta mujer nos habla de su confianza en el cuidado de Dios y de su libertad absoluta para entregarse del todo a Sus planes. Su actitud es un ejemplo para los que aspiramos a vivir en plenitud la vida que se nos ha regalado siendo cada día un poco más libres.

    La libertad de no estar atado a ninguna seguridad, ni siquiera a la que apunta a la satisfacción de las necesidades más básicas del ser humano, es necesaria para ser sólo del Señor, para que Su Nombre y el de Su Padre sean los que nos identifiquen como sucede con los ciento cuarenta y cuatro mil de los que nos habla la lectura del Apocalipsis (14,1-3. 4b-5). Esos son los únicos que pueden aprender el cántico nuevo de alabanza al Dios Señor de la Historia y los que siguen al Cordero adonde quiera que vaya: los que han vivido sin seguridades; mejor aún: los que viven en la única Seguridad que es Dios mismo.


    Hoy celebramos la memoria de la presentación de la Virgen en el Templo. Ella se entregó al Señor sin condiciones, sin cálculos, abandonando todas sus seguridades en Aquel de Quien era amada de un modo singular y especialísimo y a Quien amaba como  jamás nadie lo hizo ni lo hará. 

    Acudamos a la Señora para pedirle que nos lleve con Ella para presentarnos al Señor y que, si aún no lo tenemos, nos regale un deseo siempre creciente de vivir fiados solamente de Dios, de abandonar todas las falsas seguridades. 

    Ojalá que no nos conformemos con vivir como vive la mayoría: aferrados a la tranquilidad que nos proporcionan las cosas, a la falsa seguridad que nos ofrece sentir que lo tenemos todo, que no nos falta de nada. Que la Virgen nos conceda en este día comenzar a soltar el lastre que nos impide volar y soñar poniendo sólo en el Señor nuestra confianza. Que, como Ella, entremos de lleno en ese plan que Dios ha diseñado para hacernos, desde ya, plenamente felices, alegre y confiadamente libres. Que nos decidamos, de una vez por todas, a vivir dejándonos llevar por el Espíritu de Dios.



    domingo, 20 de noviembre de 2016

    Con Él en el Paraíso

    Hoy, solemnidad de Cristo Rey, es un buen día para meditar en qué consiste el reinado del Señor y desear con toda el alma que sea Él el único que reine en nosotros.

    Orígenes nos da una pista para empezar a cooperar con la instauración de ese reinado en nuestra vida: procurar escapar del sometimiento al reinado del pecado. ¿Cómo hacer esto cuando luchar contra el mal supera nuestras fuerzas? El mismo autor apunta una verdad consoladora que llena nuestro corazón de esperanza: nuestros enemigos son los enemigos del Señor y Él, que ya reina en ti y en mí y se pasea por nuestro interior como por un paraíso, no dejará de pelear junto a nosotros y en nuestro favor -realmente es Él el que hace la guerra a los que nos la hacen- hasta someter bajo Su poder a todos esos enemigos interiores que quieren impedir que Cristo reine en ti y en mí.

    Vamos a pedir hoy al Padre que venga a nosotros Su reino sabiendo que, cuando pedimos esto, estamos pidiendo que sea el Señor Quien aniquile a esos que nos hacen la guerra; sabiendo que, si nosotros queremos, la batalla está ganada porque Quien pelea es Aquel que ya ha vencido al mundo. 

    Sí, esperemos paciente y humildemente la victoria del Señor sobre nuestros enemigos interiores presentándonos a Él con nuestra pobreza e impotencia para luchar y vencer. No dudes que el que ya está en Su reino -que eres tú, que soy yo-, nos prometerá lo que prometió al buen ladrón: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43).



    sábado, 19 de noviembre de 2016

    Una seguridad inquebrantable

    El libro del Apocalipsis nos trae hoy un mensaje de esperanza: los testigos del Señor sufrirán la derrota de la muerte tras haber cumplido su misión, pero esa derrota es tan solo aparente porque la victoria del Señor, Dios de vivos, será también de los que hemos sido hecho partícipes de Su Resurrección (Ap 11,4-12).

    Si nos paramos a pensarlo, el día a día también está amenazado por la muerte: morimos cuando contemplamos que nuestros proyectos y planes se van a pique, cuando sufrimos una decepción o un desengaño, cuando perdemos a alguien a quien amamos, cuando nos sentimos atacados, amenazados, incomprendidos, olvidados... 

    Pero en el horizonte de esas "muertes" brilla el sol potente de la Resurrección del Señor. Esa luz, capaz de iluminar nuestro dolor, es testigo de una seguridad inquebrantable: la seguridad que nos recuerda que nada de eso tiene la última palabra. Es la victoria del Señor la que la tiene: Su Resurrección nos recuerda que también nosotros disfrutaremos de Su Vida cuando hayamos traspasado el umbral de nuestras muertes "cotidianas", preludio y ensayo para la última muerte, esa que nos abrirá la puerta de la Casa del Padre.



    viernes, 18 de noviembre de 2016

    Dulzura y amargura

    El libro del Apocalipsis nos presenta hoy a Juan tomando un librito de manos del ángel que le ordena que se lo coma (Ap 10,8-11).

    Ahora Juan somos tú y yo. Y, como él, recibimos de parte de Dios la invitación a tomar Su Palabra para hacerla nuestra asimilándola hasta dejarnos transformar por Ella. Esa Palabra, dulce como todo lo que viene de Dios, también es exigente y vivir de acuerdo a Ella no siempre resulta fácil o grato. Es más, responder a los requerimientos que el Señor nos hace desde lo más íntimo de nosotros mismos cuando tratamos de meditar y asimilar Su Palabra, puede acarrearnos más de un disgusto, puede ponernos en situaciones delicadas. Sí, como a Juan, esa Palabra nos sabrá a miel en la boca, pero una vez que la hayamos acogido, nos provocará ardor de estómago, amargura.

    Ojalá que no tengamos miedo a estas consecuencias porque esa Palabra viva, que es Dios mismo, lleva en Sí la fuerza que nos ayudará a vivir según Ella. Teniéndola con nosotros tenemos al Señor y Él, que nos encomienda las tareas, no nos regateará la gracia necesaria para llevarlas a cabo. La dulzura de Su Palabra nos animará a comerla y la amargura que pueda producirnos nunca dejará de ir acompañada por la gracia para hacer lo que nos diga.



    jueves, 17 de noviembre de 2016

    Reconociendo Su venida

    Hoy contemplamos a Jesús llorando sobre Jerusalén, la ciudad santa que será destruida por no haber reconocido el momento de Su venida (Lc 19,41-44).


    Para reconocer las venidas del Señor a nuestra vida -cada día viene a nosotros de mil modos distintos y se deja encontrar si lo buscamos- hemos de vivir expectantes, atentos, manteniendo una tensión buena que nos permita intuirLe en el acontecer cotidiano. Desear esta actitud vital y tratar de cultivarla, en la medida de nuestras pobres posibilidades, nos separará de todo lo que no es Él y nos preparará para recibirLe como Príncipe de la paz.


    Pido hoy para ti y para mí la actitud atenta, la disponibilidad expectante, la docilidad a las mociones del Espíritu Santo, que no sólo impidan el llanto de Jesús cuando nos mire, sino que llenen Su Corazón de alegría y dibujen una sonrisa que ilumine Su hermosísimo Rostro. Esa luz emanando de la mirada del Señor iluminará las sombras y oscuridades de nuestra vida y nos ayudará a reconocer Su venida.



    miércoles, 16 de noviembre de 2016

    Él va delante

    Se acerca el final del año litúrgico y las parábolas de Jesús nos hablan, como la del Evangelio de hoy (Lc 19,11-28), del señor que marcha a tierras lejanas dejando sus bienes a cargo de sus sirvientes para pedirles cuenta de su administración a su vuelta.

    Este noble que se ausenta de sus propiedades porque va a buscar el título de rey, da a sus servidores la orden de que negocien con lo que les ha dado mientras él vuelve. Este imperativo es para nosotros una invitación a considerar qué es lo que el Señor nos ha regalado -cómo somos, a qué aspiramos, cuáles son los deseos de nuestro corazón, cuál es la dirección a la que apuntan nuestros sueños- y el modo en que podemos "negociar" con ello.

    Vamos a pararnos a pedir al Espíritu Santo que ilumine nuestra verdad más íntima y que nos dé Su fuerza y Su valentía para vivir según ella, cueste lo que cueste. El Señor marcha delante de nosotros subiendo a Jerusalén, donde va a entregar Su vida. Ojalá que tú y yo tengamos el coraje de seguirLe en ese ascenso. Te aseguro que no es imposible porque Él nos precede.



    martes, 15 de noviembre de 2016

    Deseando la Sabiduría

    Hoy, fiesta de san Alberto Magno, la liturgia nos propone una lectura del libro de la Sabiduría (6,18-21. 32-37) que se puede aplicar muy bien a este santo. Y es que el maestro de Tomás de Aquino buscó a Dios en todas las cosas y lo descubrió en ellas armonizando perfectamente las ciencias humanas con la ciencia de Dios.

    Pues bien, tú y yo estamos llamados a lo mismo: a aspirar al conocimiento de Dios; a buscarlo sin descanso en todo lo humano porque Él se revela ahí y en todo ha dejado Su huella para que, si verdaderamente lo buscamos, nos encontremos con Él.

    Esta búsqueda y este encuentro están guiados por la Sabiduría, don de Dios, que acude si se la llama y viene si se la desea. Es Ella la que nos enseña Quién es Dios y, al ir descubriendo Su rostro ante nosotros, hace aumentar nuestro amor hacia Él dándonos a pregustar la vida eterna de la que ya disfrutamos. Porque esta vida consiste en conocer y amar a Dios cada día un poco más; cada vez un poco mejor.

    Basta con querer, con pedirlo al Señor con toda el alma, con frecuentar Su trato, para que sea Él mismo Quien afirme nuestro corazón y nos dé la Sabiduría que deseamos. A Él Le pido, por intercesión de san Alberto, que la deseemos de verdad y nos dispongamos a recibirla de Quien sí que está deseando dárnosla.



    lunes, 14 de noviembre de 2016

    Lo bueno de lo que nos parece malo

    Jesús, después de reprocharnos cariñosamente que hemos abandonado el amor primero, nos anima a convertirnos y volver a vivir como antes; con el mismo ímpetu y generosidad con los que lo seguimos  en los comienzos, cuando apostamos decidida y conscientemente por Él (Ap 2,5a). Y es que, en el seguimiento del Señor, tal y como sucede en otras cosas, a los primeros momentos de entusiasmo siguen otros de desaliento, de fatiga, de cansancio...

    Es en estos momentos cuando comenzamos a sentir que nos pesan los pies del alma, que tropezamos en "cositas" en las que antes ni reparábamos, que ponemos pegas y convertimos en motivo de queja lo que antes asumíamos con total naturalidad.

    El Señor nos conoce mejor que nadie. Nos conoce y nos entiende. Porque forma parte de lo humano el que las cosas pierdan su brillo. Sí, todo lo de aquí sufre el desgaste que producen el transcurso del tiempo, las decepciones, los fracasos, las frustraciones... No te preocupes: Él lo sabe y nos da la gracia para que volvamos a clavar el Él nuestra mirada; para que prescindamos de todo lo que no es Él. Esto es volver al amor primero.

    ¡Qué bueno sentir que las cosas no marchan como nos gustaría! ¡Qué bueno sentirnos incómodos dentro de nuestra propia piel! ¡¡¡Qué bueno!!! Porque todo eso que nos escuece, que nos pincha o nos duele; todo, absolutamente todo lo que, de un modo u otro, nos hace enfrentarnos una y otra vez con los límites propios y los de los que nos rodean, nos impele a gritar con el ciego de Jericó que pone ante nuestra mirada contemplativa el Evangelio de hoy (Lc 18,35-43): "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". Esto es lo bueno de lo que nos parece malo: que, si nos dejamos atraer por Jesús que pasa a nuestro lado, podremos presentarnos ante Él tal y como estamos para que nos cure, para que volvamos de nuevo a darLe gloria, para volver al amor primero tantas veces como haga falta.



    domingo, 13 de noviembre de 2016

    Sin cansancio y sin descanso

    Podemos extraer del Evangelio de hoy (Lc 21,5-19), especialmente denso en su contenido, tres enseñanzas de Jesús para nuestra propia vida.

    El Señor anuncia a los suyos que no quedará piedra sobre piedra del templo que ahora contemplan y ante cuya belleza se sientes fascinados. Podríamos leer esto referido a la obra que Jesús está llevando a cabo en cada uno de nosotros. ¡Cuántas cosas tienen que ser destruidas en ti y en mí para que emerja Su imagen en nosotros! Esa imagen que fue el Modelo del Padre cuando nos creó. Comportamientos, actitudes, falsas seguridades... Todo eso caerá y, aunque duelan esos "despojamientos", podemos y debemos vivirlos en la serenidad que el mismo Señor nos regala aguardando, expectantes y con el corazón lleno de esperanza, el momento en que la obra maestra que está realizando en la vida de cada uno de nosotros brille en todo su esplendor y concluya según su designio amoroso de salvación.

    El sufrimiento que sin duda nos reportará en algunos momentos esa "destrucción" beneficiosa que el Espíritu lleva a cabo en nosotros; la oscuridad en la que, a veces, se ve envuelta, serán ocasión para dar testimonio de las maravillas que el Señor realiza en nuestras vidas. Y, aunque nos encontremos en situaciones delicadas en las que no sepamos qué decir o cómo comportarnos para ser sus testigos, Jesús nos promete que nos dará palabras y sabiduría capaces de dar cuenta a los demás -¡y a nosotros mismos!- del sentido de nuestra vida en Él. Sí, estas palabras y esta sabiduría serán faros que arrojen luz sobre lo inexplicable por doloroso y oscuro siendo "defensa" ante los demás y ante nosotros mismos, protección ante las tentaciones del desaliento y del abandono del camino. Ellas serán las que nos conviertan en verdaderos testigos de Dios ante el mundo.

    Jesús nos exhorta a perseverar en Su seguimiento a pesar de todos los obstáculos y dificultades. Y es que, si perseveramos en la confianza de que nuestro Padre cuida de nosotros y que nada de lo que nos sucede lo haría si no fuera para nuestro bien -aunque de momento no entendamos nada de nada-, contemplaremos Su luz resplandeciendo sobre nuestra vida y gozaremos de la salvación a la que hemos sido destinados desde siempre por el Dios-Padre que vela por nosotros sin cansancio y sin descanso.



    sábado, 12 de noviembre de 2016

    Haciendo silencio y vacío

    Vuelve a presentarnos el Evangelio de Lucas la parábola del juez injusto de la que Jesús se sirvió para animar a los suyos a orar siempre sin desanimarse y a hacerlo en la absoluta confianza de que el Señor siempre escucha nuestra oración (Lc 18,1-8). Y siempre es siempre.


    Si la palabra de Dios es veraz, y lo es, podemos preguntarnos qué es lo que sucede cuando no obtenemos de Dios eso que le pedimos. Te invito a pensar en Su Presencia esto que voy a decirte: la oración no se hace, se recibe. Es el Espíritu Santo Quien nos la regala gimiendo por nosotros en nuestro interior. Él, que sí sabe pedir lo que nos conviene, es el Orante. Entonces, ¿qué papel desempeñamos nosotros en esta "aventura" que es la oración? Verás: me parece que nuestra tarea consiste en hacer silencio y vacío para escuchar y acoger esa oración que el mismo Dios hace en nosotros y desde nosotros. De este modo podemos estar seguros de que se nos dará lo que pedimos sin tardanza, como afirma Jesús en este Evangelio.



    Ojalá que aprendamos a escuchar esos gemidos inefables del Espíritu en nuestro interior; ojalá que los acojamos y nos dejemos invadir por ellos. Porque es esa oración la que nos sumerge de lleno en la corriente de amor intratrinitaria que es la Vida auténtica, esa Vida en la que participamos por pura misericordia de Dios.






    viernes, 11 de noviembre de 2016

    Un Dios que nunca falla

    El salmo 118, que hoy proclamamos en la liturgia, termina con esta súplica dirigida al Señor: "Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad".

    A veces nos resulta difícil encontrar al Señor en determinados sucesos o en el comportamiento de quienes nos rodean. Pero sabemos que, de una u otra forma, el Señor está siempre con nosotros y su voluntad se manifiesta siempre como una voluntad salvífica, consoladora, misericordiosa, liberadora. 

    Por eso todo lo que nos sucede y nos resulta oscuro o doloroso; eso ante lo que nuestras fuerzas o capacidades resultan impotentes, es una buena oportunidad para elevar un grito al Señor y aguardar Su respuesta seguros de que, de un modo u otro, su voluntad prevalecerá. Sí, en estos casos podemos esperar con toda confianza la llegada del Señor a nuestra vida: Su Presencia irrumpirá salvando, consolando, cuidando, liberando. ¡Qué bueno puede llegar a ser para nosotros no poder acudir a nadie fuera de Él! Vayamos entonces al Señor y dejemos todo lo que pretende dañarnos en Sus manos; dejémoslo ahí y aguardemos Su manifestación en nuestra vida en la certeza de que Él jamás dejará de escuchar nuestras llamadas. Porque todos y todo puede fallarnos, pero el Señor nunca nos fallará.



    jueves, 10 de noviembre de 2016

    Dentro de ti

    Hoy Jesús nos recuerda que el reino de Dios está dentro de cada uno de nosotros (Lc 17,20). Esta afirmación, en apariencia tan sencilla, es de una profundidad que se nos escapa; sus consecuencias tales, que nos desbordan.

    La contemplo como una puerta entreabierta al Misterio de Dios; una puerta que invita a ser empujada con la "fuerza" de la oración silenciosa que nos sitúa en su umbral y nos enseña a esperar con amor paciente a que el Espíritu Santo nos tome de Su mano y nos introduzca en el Misterio de la Trinidad, esa Trinidad que ha querido reinar en nuestro interior y, desde lo más hondo de esa intimidad habitada, irradiar al mundo los beneficios inefables de su reinado.

    Abandona hoy por un momento lo de fuera, todo eso que te atrapa y te engaña haciéndote creer que es lo verdaderamente importante, incluso lo definitivo. Escápate de todo y aguarda en el silencio y la oscuridad acogedora de tu interior a que la luz del Espíritu ilumine tu inteligencia y alimente tu corazón para hacerte hoy un poco más capaz de este Misterio insondable que ha hecho morada dentro de ti.



    miércoles, 9 de noviembre de 2016

    Un Dios que siempre levanta

    Hoy, fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán, el Evangelio de Juan nos recuerda la escena de la expulsión de los mercaderes del Templo (Jn 2,13-22).

    Meditando las palabras del Señor que nos transmite el evangelista es fácil intuir y saborear la paz del abandono en las manos de un Dios que todo lo puede y que ha vencido a la muerte. Porque, como nos dice San Juan, cuando el Señor resucitó de entre los muertos, los suyos se acordaron de que había dicho que levantaría el templo destruido por los hombres en tres días. El templo era Su Cuerpo, apunta el discípulo amado.

    La resurrección del Señor es garantía de la nuestra. También de las resurrecciones que el Señor opera en nuestra vida cada vez que es destruida, al menos en parte, por acontecimientos y personas que nos hacen sufrir, que nos hunden y amenazan con robarnos la alegría que el Señor nos regala a manos llenas en los mil y un detalles que cada día tiene con nosotros.

    Ojalá que, por su infinita misericordia, cuando a lo largo del día experimentemos cualquier tipo de destrucción brille en nuestro horizonte la luz de Su gracia que viene en nuestro auxilio para levantarnos. Porque Él no permitirá que ese templo, que somos tú y yo, permanezca en su destrucción más tiempo del estrictamente necesario para que Su poder y Su gloria se manifiesten ante nuestros ojos y los de todos los que nos contemplan.



    martes, 8 de noviembre de 2016

    Perdiendo el tiempo...

    El salmo que hoy hemos proclamado y meditado reza así: "Sea el Señor tu delicia, y Él te dará lo que pide tu corazón" (Sal 36). ¿Cómo hacer, preguntaba a Jesús esta mañana, que Tú seas mi delicia? Os cuento lo que se me ha ocurrido...

    Quizá una forma de hacer del Señor nuestra delicia consista en "perder" nuestro "valiosísimo" tiempo con Él. Con "perder el tiempo" me refiero a procurarnos todos los ratos que podamos en Su Presencia; a frecuentarLe en el Pan Vivo, presente sobre el Altar en cada Misa y reservado en el Tabernáculo por nuestro amor, y en Su Palabra, estando muchos ratos a solas con Él. No importa que no sepamos qué hacer con la Sagrada Escritura entre nuestras manos ni qué decir o cómo comportarnos cuando nos situamos frente a Jesús que habita cada Sagrario de una forma tan misteriosa como real. Cada vez estoy más convencida de que basta con "estar" aunque la cabeza se nos vaya mil veces a otros lugares, aunque no tengamos ganas de estar ahí, aunque nos parezca que estamos perdiendo el tiempo... ¡Si es que lo estamos perdiendo de verdad y de la mejor manera! 

    Perdemos el tiempo cuando hacemos lo poquito que está en nuestras manos y lo poquísimo que nos permiten nuestra limitación y nuestra pobreza esperándolo todo de Él, que es Quien lo puede todo. "Perder" así nuestro tiempo es perder la vida para ganarla, como nos ha prometido el Señor.

    Y mientras perdemos nuestro tiempo -que en realidad es sólo y totalmente Suyo- vamos haciendo de esa práctica estupenda una costumbre, de la costumbre un hábito y del hábito un habitar con Él en nuestro interior. Porque allí deposita el Señor, en lo más hondo de nuestro corazón, los deseos que le hacen vibrar al ritmo de Sus deseos y de Su voluntad; porque esos deseos, puestos con infinito cuidado por el Señor en el hondón de nuestra alma, son los que nos permiten identificarnos con Él y hacer de nuestra vida eso que Jesús quiere que sea. Así, mientras "perdemos" nuestro "valiosísimo" tiempo dejando de hacer esas cosas que nos hacen tan útiles y valiosos a la vista de los demás, nuestro interior se va fraguando con el mismo Ser de Dios acompasado con esos latidos del corazón que va deseando lo que el Señor quiere que deseemos.

    Sí, vamos a "perder" todo el tiempo que podamos; a "perderlo" conscientemente; a buscar esa "pérdida" de tiempo con todas nuestras ansias y nuestro anhelo. De este modo el Señor se convertirá en nuestra delicia y Él mismo nos dará lo que desea nuestro corazón.



    domingo, 6 de noviembre de 2016

    Celebrando el don de la vida

    Las lecturas que nos propone hoy la liturgia son un canto a la vida. En la primera, siete hermanos macabeos y su madre, condenados a muerte por seguir al Dios verdadero, nos dan un testimonio precioso de fidelidad y de fe en la resurrección de los muertos: saben que la muerte no tiene la última palabra porque se fían plenamente de la Palabra del que les ha creado para la vida (2Macabeos 7,1-2. 9-14).

    En el Evangelio, Jesús nos dice que somos hijos de Dios y que, para este Padre de vida, todos sus hijos está vivos siempre porque participan de la Resurrección del Hijo, el Primero entre muchos hermanos, entre los que nos encontramos tú y yo por pura gratuidad y amor de un Dios que es Vida y quiere que todos participen de ella.

    Que hoy sea un día para agradecer el don de esta vida que ya disfrutamos y que nunca se acaba. Y que sepamos aprovechar a tope el tiempo de este primer tramo de existencia para que, cuando la muerte nos abra la puerta del siguiente, traspasemos ese umbral con la mejor disposición para acoger el don inmenso, precioso, inabarcable e insondable de la vida eterna;  para que lo traspasemos dispuestos a dejarnos bañar por la Luz que es Dios mismo, el Sol sin ocaso. Y eso ya para siempre, para siempre, para siempre...






    sábado, 5 de noviembre de 2016

    Vivir "colgados" únicamente de Su Providencia

    Hoy Jesús nos recuerda que no podemos servirLe a Él y al dinero, haciendo de éste un dios, y nos anima a ser honrados en el uso de ese medio que califica de vil (Lc 16,9-15).

    Lo primero que se nos ocurre pensar al escuchar la voz del Señor esta mañana es hacer algo lícito al que Él mismo nos anima: servirnos del dinero para hacer el bien. Pero puede que Le agrade aún más que Le pidamos que nos enseñe a dejar de verdad nuestra vida y nuestros afanes en sus manos sabiendo que Él cuida de nosotros. 

    Vamos a pedir a la Virgen que nos enseñe "el arte de la confianza". Que Ella nos sostenga para que podamos abandonarnos en las manos de Dios y así experimentemos en nuestra vida lo que significa ser hijos de un Padre providente; vamos a pedir a la Señora que nos haga tomar conciencia de nuestra dependencia absoluta de Dios. De este modo aprenderemos a descubrir los cuidados con los que el nuestro Padre del Cielo nos mima cada día.









    viernes, 4 de noviembre de 2016

    Hijos de la luz

    El Evangelio de hoy trae a nuestra consideración la actitud del administrador injusto que mereció la alabanza del Señor (Lc 16,1-8). El fragmento se cierra con una frase contundente de Jesús: "Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz".

    Este administrador que malgastaba los bienes de su amo aprovechándose de su situación privilegiada en propio beneficio, es para nosotros ejemplo en algo muy concreto: sabe, y realmente lo hace, cómo poner en juego todas las capacidades que tiene para prever el mal que le va a sobrevenir y tratar de minimizarlo.

    Sabemos que para nosotros el mejor bien consiste en vivir de modo que todo lo que nos sucede nos sirva para encontrarnos con Jesús. Y, por la llamada que hoy nos dirige el Señor, somos conscientes de que nos ha dado los dones y capacidades suficientes para vivir así, como hijos de la luz. Por contra, el mayor mal que puede sobrevenirnos es la separación del que es nuestra vida.

    Ojalá que adquiramos la sabiduría que nos pone a salvo del mal; ojalá que, como el administrador de la parábola, pongamos todo lo que somos y tenemos al servicio del Señor para que Él haga de la nuestra una vida semejante a la suya. Por eso hoy pido para ti y para mí que la Luz de Dios, que es Su Espíritu, haga de nosotros verdaderos hijos de la luz.



    jueves, 3 de noviembre de 2016

    Retomando el camino

    Hoy Jesús nos vuelve a recordar la alegría que experimenta cuando, tras habernos despistado y detenido en pequeñas o grandes cosas que nos lo ocultan, asistidos por Su gracia, nos volvemos a Él (Lc 15,1-10).

    Una y otra vez tenemos que ejercitarnos en ese retorno a lo esencial que consiste en fijar nuestra mirada en Jesús mientras caminamos. Este es el modo de hacer que todo, absolutamente todo, coopere en nuestra vida al seguimiento del Señor. Porque Él es el único capaz de sacar bien del mal: por eso nuestros abandonos, nuestras infidelidades y fracasos, nuestros cansancios y desalientos pueden ser para nosotros motivo de una conversión continua. En esto consiste la vida del cristiano: en volver una y otra vez a centrar nuestra existencia en Jesús, el Señor.

    Ojalá que tú y yo nos decidamos a hacer de Él el único motivo de nuestra vida, de nuestro pensar, de nuestro sentir, de nuestro actuar; ojalá que, como el Apóstol, podamos decir que todo lo que era para nosotros una riqueza ha pasado a ser nada en comparación con el conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor (Filipenses 3,8).






    miércoles, 2 de noviembre de 2016

    Camino al Cielo

    Hoy, conmemoración de los fieles difuntos, nuestro corazón está con todos aquellos que, habiendo partido ya de nuestro lado, aún no disfrutan de la visión de Dios.

    Vamos a acompañarlos con nuestras oraciones recordándoles verdades consoladoras que la Sagrada Escritura expone a nuestra consideración en este día. Vamos a decirles, con Job, que verán a Dios con sus propios ojos y disfrutarán de esa visión gozosa por toda la eternidad (Job 19, 25.26.27); vamos a recordarles que el Señor, que es Camino, Verdad y Vida, les está preparando un lugar junto a Él y vendrá muy pronto para llevarlos Consigo (Jn 6,1-3.6); vamos a consolar y a aliviar su espera repitiéndoles que no tienen nada que temer porque el Señor es su luz y su salvación.

    Que nuestro día transcurra en compañía de todos los que nos han precedido y están ya a las puertas de la Casa del Padre. Veréis como, trayéndolos a nuestra mente y a nuestro corazón, también nosotros atisbamos esas puertas de acceso a la Gloria sin fin que nos aguarda a todos. 



    martes, 1 de noviembre de 2016

    Una victoria que también es nuestra

    Hoy, día de Todos los Santos, la liturgia nos invita a celebrar la victoria sobre la muerte de todos los que nos han precedido en la esperanza de que su victoria, que es la del Señor, también nos pertenece.

    San Juan "ve" una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Tú y yo podemos distinguir en esa multitud rostros familiares de personas queridas que ya han llegado a la meta y que nos esperan deseando tenernos a su lado.

    Detente a contemplarlos radiantes, reflejando la luz del que es todo Luz, y escucha cómo te dicen que no tengas miedo, que el Señor, vencedor del mal y de la muerte, nos hace partícipes de Su victoria junto a ellos.


    Que la esperanza de alcanzar un día la gloria, de la que ellos ya gozan en plenitud, conduzca nuestros pasos en esta vida y que, elevando nuestros ojos y nuestro corazón al Cielo, donde ellos moran totalmente inmersos en la corriente de Amor que es Dios mismo, no nos dejemos atrapar por las dificultades y tristezas de este mundo que a veces amenaza con arrebatarnos, entre otras muchas cosas, el bien preciado de la vida. 

    Puedes estar seguro: nada ni nadie nos podrá quitar lo que Dios nos ha dado, que es Él mismo, porque vivimos en Él desde el mismo instante en el que nos creó. Nuestra vida, como la de todos los que nos han precedido, no acaba nunca. Aún más, cuando parece que termina ésta que ahora conocemos, es cuando empieza la de verdad, la Vida con mayúscula de la que todos los santos gozan y desde la que nos gritan: "Ánimo!!! No tengáis miedo!!! Vuestro triunfo está asegurado. Basta con creer y esperar en el Señor tratando de amar con Su mismo Amor que habita en vosotros". 




    domingo, 30 de octubre de 2016

    Un deseo que descomplica

    Hoy san Lucas nos cuenta un encuentro lleno de simbolismo para nosotros: el del Señor con Zaqueo (19,1-10), ese hombre bajito que, para poder ver pasar al Señor, tuvo que subirse a un árbol.

    Zaqueo, tras cavilar sobre el modo de alcanzar su objetivo, trepó al sicómoro. Su propósito era, únicamente, ver al Señor. Sin embargo, como siempre sucede con Jesús, recibió muchísimo más: el Señor "se invitó" a ir a su casa.

    Con estas palabras se dirige al jefe de publicanos: "Zaqueo, baja enseguida". Escucha la voz del Señor diciéndote lo mismo a ti hoy y ahora: "baja enseguida". Porque, como uno de los "síntomas" de nuestra pobreza es la complicación, a veces, con el deseo de "ver" al Señor, hacemos cosas complicadas. No pasa nada: Jesús nos conoce y lo sabe. A Él Le basta nuestro deseo de encontrarnos con Él para "descomplicarnos" y que se produzca el encuentro deseado.

    Vamos a desear de verdad este encuentro; vamos a hacer lo que se nos ocurra, dentro de nuestra limitación y pobreza, para que se produzca. Esto conmoverá sin duda el Corazón del Señor que se apresurará a venir en nuestro encuentro y a descomplicarnos. 

    Que esta sea hoy nuestra oración; que Le pidamos la sencillez y la descomplicación y que se aprendamos a esperar paciente y humildemente en nuestro "árbol", expectantes, hasta que la voz del Señor venga en nuestra ayuda para hacernos sencillos y humildes. No dudes de que, si lo deseamos de veras, sucederá.




    viernes, 28 de octubre de 2016

    Montaña y llano

    Comienza el Evangelio de hoy (Lc 6,12-19) diciéndonos que Jesús subió a la montaña a orar y pasó toda la noche orando a Dios antes de elegir a Sus apóstoles; tras la elección, bajó con ellos y se paró en un llano.


    Si tú y yo queremos, el Señor nos lleva consigo a orar. Sí, en Su oración estamos presentes porque no deja de interceder por nosotros y, además, si permanecemos a Su lado mientras ora, en el momento oportuno nos comunicará lo que el Padre quiere de nosotros.

    Cuando concluye ese tiempo dedicado en exclusiva a Dios, Jesús "baja" con nosotros y permanece a nuestro lado en medio del ajetreo diario: "baja" hasta nosotros y nuestras cosas, sin dejar de acompañarnos en todo lo que nos sucede, y "se para" junto a nosotros mientras permanecemos "en llano", es decir, en todas esas situaciones ordinarias en las que ni siquiera reparamos en Su Presencia.


    Que Su Espíritu nos regale hoy y siempre la conciencia de esa Presencia que jamás nos abandona y que, cuando el Señor nos llame, acudamos a Su lado para contemplarlo mientras ora al Padre.



    jueves, 27 de octubre de 2016

    El Señor que viene

    El Evangelio de hoy (Lc 13,31-35) termina con estas palabras del Señor: "Os digo que no me volveréis a ver hasta el día en que exclaméis: bendito el que viene en nombre del Señor".

    Jesús viene continuamente a nosotros. A lo largo de la jornada lo hará de múltiples maneras: a través de acontecimientos, encuentros, desencuentros, palabras, silencios... Sólo tenemos que pedírselo de verdad para que Él nos conceda verLe en todos y en cada uno, en cada cosa. Vamos a decirLe, acompañándonos unos a otros en esta bendición  que es a la vez alabanza y súplica: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!".



    miércoles, 26 de octubre de 2016

    La puerta estrecha

    Hoy Jesús nos exhorta a esforzarnos en entrar por la puerta estrecha (Lc 13,22-30). Sí, el Señor nos habla de esfuerzo, aunque sabemos bien que todo es gracia y que sin Él no podemos nada. Y es que la contrapartida de Su gracia se encuentra en la respuesta de nuestra libertad.

    Puede que el esfuerzo del que habla Jesús hoy se refiera a esta respuesta personal a Sus llamadas, a nuestra adhesión a Sus propuestas, aunque esta respuesta y esta adhesión no puedan pasar del nivel del deseo. El Señor se conforma con muy poco porque sabe de qué pasta estamos hechos.

    ¿Sabes? Me parece que basta con decirLe que queremos secundar las inspiraciones de Su Espíritu, que deseamos acoger lo que nos propone y vivir según Su vida, para que Él haga el resto que, en realidad, es todo.


    Por eso vamos a decirLe hoy que queremos entrar por esa puerta estrecha de la que Él nos habla hoy. Pero vamos de decírselo de verdad, con toda el alma, aunque ni siquiera entendamos qué es lo que quiere decirnos cuando nos anima a pasar por la puerta estrecha. ¿Qué más da? Sabemos que Quien nos lo pide ha dado Su vida por nosotros, que es nuestro Abogado ante al Padre y que no cesa de rogar para que nos dejemos inundar por Su gracia, para que nos dejemos modelar por Su Espíritu según Su Imagen. ¿Vamos a dudar de Alguien así? 


    Queremos, Señor, por supuesto que queremos entrar por la puerta estrecha. Encárgate de señalarnos cuál es esa puerta para cada uno. Aunque bien sabemos que, en último término, esa Puerta eres Tú. Por eso te pedimos: ¡Enséñanos a pasar por Ti, Señor!



    martes, 25 de octubre de 2016

    Buscadores del Reino

    Lo que en el Antiguo Testamento era una llamada de Dios al hombre para que buscara Su Rostro, en el Nuevo se identifica con la búsqueda del Reino.

    El Reino es Jesús mismo; Dios con nosotros. Nuestra meta es Él; nuestro premio es el Señor. Y la felicidad auténtica, la vida en plenitud que llamamos vida eterna, comienza ya aquí si procuramos conocerLe cada día un poco más para poder amarLe cada vez mejor.

    El Reino ya está en nosotros, nos dirá Jesús. Porque ese Reino es Su Espíritu que nos habita y que, si Le dejamos, nos va transformando en el Hijo para que los que nos rodean puedan disfrutar de Su Presencia, esa Presencia que despertará en ellos la necesidad de buscarLe para encontrarse con Él.

    Sí, el Reino, al modo del granito de mostaza o de la levadura que hace fermentar la masa (Lc 13,18-21), es algo pequeño, imperceptible para aquellos que no lo quieren. Porque el Reino sólo "crece" si la libertad del hombre lo acoge y "le da permiso" para expandirse... Y es que el Señor es un caballero y ha decido quedar sujeto a nuestra libertad para mostrarSe y actuar, porque no quiere tener esclavos sino hijos.

    ¿Cómo buscar el Reino que está en nuestro interior? La Palabra del Señor y Su Cuerpo son los guías que nos conducirán hasta hallarlo en lo más profundo, donde Él ha querido hacer Su casa. Que, cuando lo encontremos, nos olvidemos de todo lo que no es Él para dedicarnos, bajo la luz y el impulso del Espíritu Santo, a cuidarlo para que crezca y llegue a convertirse en refugio y hogar para todos los que viven con nosotros.



    lunes, 24 de octubre de 2016

    La iniciativa es de Dios

    Hoy Lucas relata la curación de la mujer encorvada mientras Jesús predica en una sinagoga (13,10-17). Los detalles que nos da el evangelista son reveladores: en esta ocasión la mujer no se acerca a Jesús a pedirLe el milagro. Simplemente estaba allí. La iniciativa parte de Jesús que la ve y la llama para anunciarLe que queda libre de esa enfermedad que duraba ya dieciocho años.

    Y pensaba que Jesús muchas veces se conforma con que estemos en Su "radio de acción"; nada más... y nada menos. Él siempre nos ve y nos llama. Nosotros sólo tenemos que acercarnos y escuchar sus palabras sanadoras, liberadoras.

    Piensa cómo puedes hoy "dejarte ver" por el Señor; pídeLe que te conceda la gracia de "estar". Y escucha su llamada, esa llamada que únicamente pretende liberarte de todo eso que te ata.



    domingo, 23 de octubre de 2016

    La pobreza que enamora a Dios

    El Evangelio de Lucas (18,9-14) nos presenta hoy la parábola de Jesús que recoge dos modos muy distintos de orar: la oración del fariseo, que se cree por encima de todos los demás por considerarse mejor que ellos, y la del publicano, que se considera un pecador.

    Muchas cosas puede sugerirte hoy el Espíritu del Señor si te detienes a paladear estas palabras en Su Presencia. ¡Con cuántas enseñanzas nos enriquece el Paráclito si sabemos hacer silencio para escuchar lo que tiene que decirnos!

    Mira al fariseo, que invierte su "tiempo" de oración para mirarse a sí mismo y compararse con los demás. Observa atentamente la actitud del publicano, que se desnuda ante Dios sin reparar en nada más. Y pide, para ti y para mí, esta sencillez y esta verdad que nos permitan descubrirnos ante Dios como lo que somos: pobres pecadores que necesitan Su compasión y Su amor incondicional para seguir viviendo.



    sábado, 22 de octubre de 2016

    Dejándonos cuidar

    Hoy san Pablo nos recuerda en su carta a los Efesios (4,7-16) que a cada uno se nos ha dado la gracia  necesaria para que podamos cooperar en la edificación del Cuerpo de Cristo. Así, respondiendo a esa gracia, vamos creciendo hacia el Señor, Cabeza de ese Cuerpo del que formamos parte, al mismo tiempo que hacemos crecer a los demás y todas las cosas por una comunión misteriosa pero real que nos une en el Señor a todo lo que existe. Este crecimiento, fruto del cuidado de Dios para con todas sus criaturas, responde a su plan salvífico y, por lo tanto, a nuestra felicidad y plenitud.


    Jesús nos dice lo mismo en el Evangelio de hoy empleando la parábola de la higuera (Lc 13,1-9). Él no deja de cuidarnos y de interceder por nosotros ante el Padre para que respondamos a Sus desvelos y acojamos Su gracia, esa que nos permitirá dar el fruto que Dios espera de nosotros.




    viernes, 21 de octubre de 2016

    Descubriendo la melodía de Su voluntad

    Hoy Jesús hace una llamada a nuestra responsabilidad: sabemos muchas cosas acerca del comportamiento de la naturaleza y de otros asuntos. Sin embargo, nuestro nivel de conocimiento de Él y de Su plan de salvación sobre nuestra propia vida y sobre el mundo es bastante inferior (Lc 12,54-59).

    Nos olvidamos de que es el mismo Espíritu del Señor el que habita en nosotros sugiriéndonos, orientándonos, indicándonos cómo hemos de vivir para hacerlo según la voluntad del Padre. Pero son otras voces las que escuchamos. Sí, ruidos de diversa índole sofocan los susurros que el Espíritu pronuncia desde nuestro interior y que sólo son audibles por los oídos del alma si prestamos atención a ellos, si deseamos de verdad escucharlos.

    Tú y yo tenemos el deber de vivir sin miedo porque nos asiste el Paráclito. Dios mismo ha hecho morada en nosotros, nos comunica continuamente Su voluntad y nos regala el coraje y la valentía para vivir según ella.

    Ojalá que nos atrevamos a vivir así, interpretando los mensajes que continuamente el Señor nos hace llegar por medio de Su Espíritu, el Maestro interior que nos enseña la sabiduría de leer lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor en la clave correcta, esa clave que nos permite ir componiendo la melodía de salvación que forman esas "piezas" con las que nos encontramos en nuestro día a día. Porque aunque a primera vista nos parezca que no tienen nada que ver unas con otras, todas, absolutamente todas, forman parte del plan amoroso de Dios para nuestra vida.



    jueves, 20 de octubre de 2016

    La impaciencia y la angustia de un Dios encarnado

    Hoy escuchamos a Jesús exclamar: "He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!" (Lc 12, 49-50).

    El Señor, consciente de Su misión, desea con toda su alma que se realice... y siente impaciencia mientras espera Su hora; conocedor del precio que ha de pagar, siente la angustia de lo que está por venir sin terminar de llegar... Sí, Jesús es plenamente humano; sus sentimientos son los de un hombre. Él ha asumido nuestra naturaleza con todas sus consecuencias para que podamos identificarnos con Él en todo y así poder llegar a ser lo que estamos llamados a ser: hijos en el Hijo.

    Impaciencia santa, angustia en la espera de eso que sabemos ha de llegar pero no termina de hacerlo... ¿Cuándo y por qué sentimos impaciencia en nuestro día a día? ¿Cuál es la causa de nuestra angustia? Que el Espíritu Santo nos "enseñe" a hacer nuestros los sentimientos del Señor; que nos haga descubrir nuestra misión en esta vida y poner todo lo que somos y tenemos en juego para secundar Su gracia y colaborar en el cumplimiento de esa parte pequeña que nos compete en el gran plan de redención que el Padre tiene para el mundo. Y que nos conceda la gracia de sentir impaciencia y angustia sólo por lo que tenemos que sentirlas.



    miércoles, 19 de octubre de 2016

    Dando la ración debida

    En el Evangelio de hoy el Señor nos exhorta a estar en vela esperando Su venida (Lc 12,39-48. Y responde a la pregunta de Pedro sobre si la parábola que ha pronunciado iba dirigida a ellos o a todos, diciendo que el administrador fiel es aquel que, aunque el amo no esté, hace lo que se le ha encomendado repartiendo la ración en el tiempo oportuno a quienes tiene el deber de cuidar.

    También tú y yo somos administradores de los dones, las cualidades, las habilidades que nos han sido dadas por Dios de manera gratuita con la única condición de poner todo al servicio de los demás. Sí, el Señor ha querido que contribuyamos al crecimiento de nuestros hermanos procurando, con lo que nos ha dado, crear el ambiente propicio para ello.

    Párate un momento y repasa todo lo que has recibido del Señor y dale gracias de corazón. Luego no te olvides de recordarte a ti mismo que has de dar a los demás de todo ello la "ración debida en el momento oportuno". El Espíritu Santo te ayudará a hacerlo si deseas de veras ser un administrador fiel y solícito como el de la parábola que hoy nos propone Jesús.



    martes, 18 de octubre de 2016

    Caminando con Jesús

    Hoy Jesús nos anima a ponernos en camino sin llevar nada con nosotros (Lc 10,1-9). Y es que, para que nuestra vida sea eso que está llamada a ser, "basta" la Presencia de Jesús para caminar hasta coronar la meta que no es otra que la plena posesión de Dios.

    Escucha a Jesús que te dice hoy: "Ánimo!!! Ponte en camino llevándoMe contigo en mi Cuerpo y mi Palabra. Con esto te basta para caminar: soy alimento para ti, consuelo en tu desaliento, apoyo y sostén para tu cansancio, orientación segura para que recuperes la ruta cuando la hayas perdido... ¡¡¡Ánimo!!! Que me tienes a mí y con eso basta".

    Detente unos minutos para escuchar lo que quiere decirte. Y pídeLe con toda tu alma que ensanche tu capacidad de Él para que puedas recibirLe en tu vida en la medida exacta en que desea entregarSe a ti.



    lunes, 17 de octubre de 2016

    Ser rico ante Dios

    En el Evangelio de hoy, un hombre se acerca a Jesús para pedirLe que intervenga en su favor frente a su hermano por un problema con la herencia. Ante esta petición, extraña si miramos al resto de las que otras personas hacen a Jesús, el Señor responde con la parábola del rico preocupado únicamente por atesorar riquezas (Lc 12,13-21). Antes se dirige a los que lo siguen para decirles que se guarden de toda clase de codicia.

    Quizá nos parezca exagerado este consejo del Señor: puede que el hombre pidiera para sí lo que en realidad le pertenecía. Sin embargo, Jesús contesta lo que contesta... Puede que lo hiciera para llamar la atención del hombre sobre lo verdaderamente importante liberándole así de ese problema familiar que le tenía atrapado. No sabemos. Pero esto puede servirnos para hacer una breve reflexión.

    Os invito a mirar con detenimiento qué es lo que pedimos a Jesús, qué esperamos de Él. Porque son nuestras peticiones, nuestras ilusiones y esperanzas el termómetro que mide nuestra temperatura espiritual. Este Evangelio nos da pie para preguntarnos cuáles son las "riquezas" que pedimos al Señor; qué "cosas" nos afanamos por atesorar. Y rápidamente, sin detenernos demasiado en nosotros mismos para no desviar nuestra atención del único que la merece, Jesús, pidámosLe que tenga misericordia de nosotros y nos muestre a lo largo de la jornada cómo podemos ser ricos ante Dios. Si se lo pedimos y aguardamos Su respuesta ten seguridad de que, de un modo u otro, en uno u otro momento, nos contestará.