viernes, 11 de noviembre de 2016

Un Dios que nunca falla

El salmo 118, que hoy proclamamos en la liturgia, termina con esta súplica dirigida al Señor: "Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad".

A veces nos resulta difícil encontrar al Señor en determinados sucesos o en el comportamiento de quienes nos rodean. Pero sabemos que, de una u otra forma, el Señor está siempre con nosotros y su voluntad se manifiesta siempre como una voluntad salvífica, consoladora, misericordiosa, liberadora. 

Por eso todo lo que nos sucede y nos resulta oscuro o doloroso; eso ante lo que nuestras fuerzas o capacidades resultan impotentes, es una buena oportunidad para elevar un grito al Señor y aguardar Su respuesta seguros de que, de un modo u otro, su voluntad prevalecerá. Sí, en estos casos podemos esperar con toda confianza la llegada del Señor a nuestra vida: Su Presencia irrumpirá salvando, consolando, cuidando, liberando. ¡Qué bueno puede llegar a ser para nosotros no poder acudir a nadie fuera de Él! Vayamos entonces al Señor y dejemos todo lo que pretende dañarnos en Sus manos; dejémoslo ahí y aguardemos Su manifestación en nuestra vida en la certeza de que Él jamás dejará de escuchar nuestras llamadas. Porque todos y todo puede fallarnos, pero el Señor nunca nos fallará.