domingo, 19 de febrero de 2017

Llamados a una dedicación total

La Palabra de Dios que hoy se proclama en la Eucaristía nos llama insistentemente a la santidad. Nos pide el Señor en el Levítico que seamos santos porque Él lo es y, como nos recuerda Pablo en 1Corintios 3,16-23, Dios mismo habita en nosotros, que somos templos suyos, haciéndonos partícipes de Su misma Santidad. Jesús vuelve a insistir en lo mismo elevando el listón al concretar que esa santidad consiste en el amor al prójimo, un amor que se extiende hasta los propios enemigos (Mt 5,38-48).

El mandato de Jesús nos puede parecer imposible de cumplir. Y lo es si pretendemos vivirlo con nuestras solas fuerzas. Pero el Señor jamás nos habría ordenado nada que no pudiéramos cumplir. Veréis…

La santidad no es sino la opción clara por Dios y, por ello, la abstención de lo que a Él Le desagrada. San León Magno lo dice de manera magistral cuando afirma que lo que Dios nos pide al ordenarnos que seamos santos es hacer lo que Él ama y amar lo que Él hace. ¿No os parece preciosa esta “definición” de santidad?

¿Cómo podemos saber lo que ama Dios? ¿Cómo descubrir lo que hace en nuestra vida y en la vida de los demás? Lo descubriremos tratándoLe, conociéndole. Un modo concreto de hacerlo es frecuentar Su Palabra. Sí, Dios se ha molestado en hablar nuestro idioma para darse a conocer a sus hijos. Orando Su Palabra iremos conociendo a Aquel que la ha pronunciado y sabremos qué es lo que ama y cómo está actuando en nosotros y en el mundo.

Sin duda que muchas veces nos resultará difícil y duro hacer lo que Dios ama y amar lo que Él hace al no entender el significado de lo que acontece en nosotros y a nuestro alrededor. Cuando esto nos suceda, cuando sintamos que no podemos hacer lo que nos manda ni amar lo que nos pasa, acudiremos a Él porque, no lo dudes, de donde procede el mandato también viene la ayuda para vivirlo.


Sí, el Señor nos descubre su intimidad en Su Palabra y se convierte para nosotros en Alimento que nos fortalece e ilumina para que podamos imitarLe. Así, frecuentando Su trato y uniéndonos a Él en el Pan y en la Palabra, viviremos su llamada a una dedicación total a Él. Esa dedicación es la santidad. Ni más, ni menos.