sábado, 26 de noviembre de 2016

Adviento




Ven… Oigo la invitación continuamente. Me llaman las personas con las que comparto la vida. Me puede la agenda y la urgencia de cada día. Tira de mí la realidad de un mundo injusto al que parece que me acostumbro. Me provocan los miles de estímulos del comercio, la publicidad, las opiniones, las noticias, los gritos… Y me llama esa voz para la que no tengo tiempo, que brota en lo más hondo y que casi me cuesta reconocer. Esa voz que suena a verdad y autenticidad, a futuro y posibilidades, a equilibrio y belleza…
Ven, te digo yo cuando consigo organizar este caos que me habita. Sin saber si me escuchas o me escucho yo mismo. Te grito cuando me agobio y cuando siento necesidad de algo más que aún no ha llegado. Siempre más… Ven, sí. Porque ya has venido otras veces y he notado que todo iba mejor entonces… Porque quizás seas lo que me falta y nos falta…
Ven, me dices tú a mí. Sí, a mí, que soy un mar de duda y contradicción. Ven, me dices, a vivir diferente este Adviento. Desde lo hondo. En la escucha y la acogida. Atento a lo que nace y a lo que haces. Con otros, quizás los de siempre pero mejores. En la esperanza y en la autenticidad. Ven. Me invitas a estrenar un camino que puede ser nuevo, si te dejo recorrerlo a mi lado.
Empieza Adviento…


    ¿Qué voces me llaman diariamente, y me confunden, me empobrecen, me debilitan y entretienen?
    ¿Cómo intuyo la voz de Dios que me susurra en lo cotidiano? ¿Por qué medios me llega?
    ¿Qué estoy dispuesto a permitir de novedad en este tiempo?
    ¿Cómo voy a dejar que Él trabaje en mi interior?
    ¿Hasta dónde puedo comprometerme más con los hermanos, con causas de justicia, en estas semanas?

    lunes, 21 de noviembre de 2016

    En las alas del Espíritu

    Hoy la liturgia nos propone el Evangelio de la viuda pobre que echa en el cepillo del Templo todo lo que tiene para vivir (Lc 21,1-4).

    La generosidad de esta mujer nos habla de su confianza en el cuidado de Dios y de su libertad absoluta para entregarse del todo a Sus planes. Su actitud es un ejemplo para los que aspiramos a vivir en plenitud la vida que se nos ha regalado siendo cada día un poco más libres.

    La libertad de no estar atado a ninguna seguridad, ni siquiera a la que apunta a la satisfacción de las necesidades más básicas del ser humano, es necesaria para ser sólo del Señor, para que Su Nombre y el de Su Padre sean los que nos identifiquen como sucede con los ciento cuarenta y cuatro mil de los que nos habla la lectura del Apocalipsis (14,1-3. 4b-5). Esos son los únicos que pueden aprender el cántico nuevo de alabanza al Dios Señor de la Historia y los que siguen al Cordero adonde quiera que vaya: los que han vivido sin seguridades; mejor aún: los que viven en la única Seguridad que es Dios mismo.


    Hoy celebramos la memoria de la presentación de la Virgen en el Templo. Ella se entregó al Señor sin condiciones, sin cálculos, abandonando todas sus seguridades en Aquel de Quien era amada de un modo singular y especialísimo y a Quien amaba como  jamás nadie lo hizo ni lo hará. 

    Acudamos a la Señora para pedirle que nos lleve con Ella para presentarnos al Señor y que, si aún no lo tenemos, nos regale un deseo siempre creciente de vivir fiados solamente de Dios, de abandonar todas las falsas seguridades. 

    Ojalá que no nos conformemos con vivir como vive la mayoría: aferrados a la tranquilidad que nos proporcionan las cosas, a la falsa seguridad que nos ofrece sentir que lo tenemos todo, que no nos falta de nada. Que la Virgen nos conceda en este día comenzar a soltar el lastre que nos impide volar y soñar poniendo sólo en el Señor nuestra confianza. Que, como Ella, entremos de lleno en ese plan que Dios ha diseñado para hacernos, desde ya, plenamente felices, alegre y confiadamente libres. Que nos decidamos, de una vez por todas, a vivir dejándonos llevar por el Espíritu de Dios.



    domingo, 20 de noviembre de 2016

    Con Él en el Paraíso

    Hoy, solemnidad de Cristo Rey, es un buen día para meditar en qué consiste el reinado del Señor y desear con toda el alma que sea Él el único que reine en nosotros.

    Orígenes nos da una pista para empezar a cooperar con la instauración de ese reinado en nuestra vida: procurar escapar del sometimiento al reinado del pecado. ¿Cómo hacer esto cuando luchar contra el mal supera nuestras fuerzas? El mismo autor apunta una verdad consoladora que llena nuestro corazón de esperanza: nuestros enemigos son los enemigos del Señor y Él, que ya reina en ti y en mí y se pasea por nuestro interior como por un paraíso, no dejará de pelear junto a nosotros y en nuestro favor -realmente es Él el que hace la guerra a los que nos la hacen- hasta someter bajo Su poder a todos esos enemigos interiores que quieren impedir que Cristo reine en ti y en mí.

    Vamos a pedir hoy al Padre que venga a nosotros Su reino sabiendo que, cuando pedimos esto, estamos pidiendo que sea el Señor Quien aniquile a esos que nos hacen la guerra; sabiendo que, si nosotros queremos, la batalla está ganada porque Quien pelea es Aquel que ya ha vencido al mundo. 

    Sí, esperemos paciente y humildemente la victoria del Señor sobre nuestros enemigos interiores presentándonos a Él con nuestra pobreza e impotencia para luchar y vencer. No dudes que el que ya está en Su reino -que eres tú, que soy yo-, nos prometerá lo que prometió al buen ladrón: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43).



    sábado, 19 de noviembre de 2016

    Una seguridad inquebrantable

    El libro del Apocalipsis nos trae hoy un mensaje de esperanza: los testigos del Señor sufrirán la derrota de la muerte tras haber cumplido su misión, pero esa derrota es tan solo aparente porque la victoria del Señor, Dios de vivos, será también de los que hemos sido hecho partícipes de Su Resurrección (Ap 11,4-12).

    Si nos paramos a pensarlo, el día a día también está amenazado por la muerte: morimos cuando contemplamos que nuestros proyectos y planes se van a pique, cuando sufrimos una decepción o un desengaño, cuando perdemos a alguien a quien amamos, cuando nos sentimos atacados, amenazados, incomprendidos, olvidados... 

    Pero en el horizonte de esas "muertes" brilla el sol potente de la Resurrección del Señor. Esa luz, capaz de iluminar nuestro dolor, es testigo de una seguridad inquebrantable: la seguridad que nos recuerda que nada de eso tiene la última palabra. Es la victoria del Señor la que la tiene: Su Resurrección nos recuerda que también nosotros disfrutaremos de Su Vida cuando hayamos traspasado el umbral de nuestras muertes "cotidianas", preludio y ensayo para la última muerte, esa que nos abrirá la puerta de la Casa del Padre.



    viernes, 18 de noviembre de 2016

    Dulzura y amargura

    El libro del Apocalipsis nos presenta hoy a Juan tomando un librito de manos del ángel que le ordena que se lo coma (Ap 10,8-11).

    Ahora Juan somos tú y yo. Y, como él, recibimos de parte de Dios la invitación a tomar Su Palabra para hacerla nuestra asimilándola hasta dejarnos transformar por Ella. Esa Palabra, dulce como todo lo que viene de Dios, también es exigente y vivir de acuerdo a Ella no siempre resulta fácil o grato. Es más, responder a los requerimientos que el Señor nos hace desde lo más íntimo de nosotros mismos cuando tratamos de meditar y asimilar Su Palabra, puede acarrearnos más de un disgusto, puede ponernos en situaciones delicadas. Sí, como a Juan, esa Palabra nos sabrá a miel en la boca, pero una vez que la hayamos acogido, nos provocará ardor de estómago, amargura.

    Ojalá que no tengamos miedo a estas consecuencias porque esa Palabra viva, que es Dios mismo, lleva en Sí la fuerza que nos ayudará a vivir según Ella. Teniéndola con nosotros tenemos al Señor y Él, que nos encomienda las tareas, no nos regateará la gracia necesaria para llevarlas a cabo. La dulzura de Su Palabra nos animará a comerla y la amargura que pueda producirnos nunca dejará de ir acompañada por la gracia para hacer lo que nos diga.



    jueves, 17 de noviembre de 2016

    Reconociendo Su venida

    Hoy contemplamos a Jesús llorando sobre Jerusalén, la ciudad santa que será destruida por no haber reconocido el momento de Su venida (Lc 19,41-44).


    Para reconocer las venidas del Señor a nuestra vida -cada día viene a nosotros de mil modos distintos y se deja encontrar si lo buscamos- hemos de vivir expectantes, atentos, manteniendo una tensión buena que nos permita intuirLe en el acontecer cotidiano. Desear esta actitud vital y tratar de cultivarla, en la medida de nuestras pobres posibilidades, nos separará de todo lo que no es Él y nos preparará para recibirLe como Príncipe de la paz.


    Pido hoy para ti y para mí la actitud atenta, la disponibilidad expectante, la docilidad a las mociones del Espíritu Santo, que no sólo impidan el llanto de Jesús cuando nos mire, sino que llenen Su Corazón de alegría y dibujen una sonrisa que ilumine Su hermosísimo Rostro. Esa luz emanando de la mirada del Señor iluminará las sombras y oscuridades de nuestra vida y nos ayudará a reconocer Su venida.



    miércoles, 16 de noviembre de 2016

    Él va delante

    Se acerca el final del año litúrgico y las parábolas de Jesús nos hablan, como la del Evangelio de hoy (Lc 19,11-28), del señor que marcha a tierras lejanas dejando sus bienes a cargo de sus sirvientes para pedirles cuenta de su administración a su vuelta.

    Este noble que se ausenta de sus propiedades porque va a buscar el título de rey, da a sus servidores la orden de que negocien con lo que les ha dado mientras él vuelve. Este imperativo es para nosotros una invitación a considerar qué es lo que el Señor nos ha regalado -cómo somos, a qué aspiramos, cuáles son los deseos de nuestro corazón, cuál es la dirección a la que apuntan nuestros sueños- y el modo en que podemos "negociar" con ello.

    Vamos a pararnos a pedir al Espíritu Santo que ilumine nuestra verdad más íntima y que nos dé Su fuerza y Su valentía para vivir según ella, cueste lo que cueste. El Señor marcha delante de nosotros subiendo a Jerusalén, donde va a entregar Su vida. Ojalá que tú y yo tengamos el coraje de seguirLe en ese ascenso. Te aseguro que no es imposible porque Él nos precede.



    martes, 15 de noviembre de 2016

    Deseando la Sabiduría

    Hoy, fiesta de san Alberto Magno, la liturgia nos propone una lectura del libro de la Sabiduría (6,18-21. 32-37) que se puede aplicar muy bien a este santo. Y es que el maestro de Tomás de Aquino buscó a Dios en todas las cosas y lo descubrió en ellas armonizando perfectamente las ciencias humanas con la ciencia de Dios.

    Pues bien, tú y yo estamos llamados a lo mismo: a aspirar al conocimiento de Dios; a buscarlo sin descanso en todo lo humano porque Él se revela ahí y en todo ha dejado Su huella para que, si verdaderamente lo buscamos, nos encontremos con Él.

    Esta búsqueda y este encuentro están guiados por la Sabiduría, don de Dios, que acude si se la llama y viene si se la desea. Es Ella la que nos enseña Quién es Dios y, al ir descubriendo Su rostro ante nosotros, hace aumentar nuestro amor hacia Él dándonos a pregustar la vida eterna de la que ya disfrutamos. Porque esta vida consiste en conocer y amar a Dios cada día un poco más; cada vez un poco mejor.

    Basta con querer, con pedirlo al Señor con toda el alma, con frecuentar Su trato, para que sea Él mismo Quien afirme nuestro corazón y nos dé la Sabiduría que deseamos. A Él Le pido, por intercesión de san Alberto, que la deseemos de verdad y nos dispongamos a recibirla de Quien sí que está deseando dárnosla.



    lunes, 14 de noviembre de 2016

    Lo bueno de lo que nos parece malo

    Jesús, después de reprocharnos cariñosamente que hemos abandonado el amor primero, nos anima a convertirnos y volver a vivir como antes; con el mismo ímpetu y generosidad con los que lo seguimos  en los comienzos, cuando apostamos decidida y conscientemente por Él (Ap 2,5a). Y es que, en el seguimiento del Señor, tal y como sucede en otras cosas, a los primeros momentos de entusiasmo siguen otros de desaliento, de fatiga, de cansancio...

    Es en estos momentos cuando comenzamos a sentir que nos pesan los pies del alma, que tropezamos en "cositas" en las que antes ni reparábamos, que ponemos pegas y convertimos en motivo de queja lo que antes asumíamos con total naturalidad.

    El Señor nos conoce mejor que nadie. Nos conoce y nos entiende. Porque forma parte de lo humano el que las cosas pierdan su brillo. Sí, todo lo de aquí sufre el desgaste que producen el transcurso del tiempo, las decepciones, los fracasos, las frustraciones... No te preocupes: Él lo sabe y nos da la gracia para que volvamos a clavar el Él nuestra mirada; para que prescindamos de todo lo que no es Él. Esto es volver al amor primero.

    ¡Qué bueno sentir que las cosas no marchan como nos gustaría! ¡Qué bueno sentirnos incómodos dentro de nuestra propia piel! ¡¡¡Qué bueno!!! Porque todo eso que nos escuece, que nos pincha o nos duele; todo, absolutamente todo lo que, de un modo u otro, nos hace enfrentarnos una y otra vez con los límites propios y los de los que nos rodean, nos impele a gritar con el ciego de Jericó que pone ante nuestra mirada contemplativa el Evangelio de hoy (Lc 18,35-43): "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". Esto es lo bueno de lo que nos parece malo: que, si nos dejamos atraer por Jesús que pasa a nuestro lado, podremos presentarnos ante Él tal y como estamos para que nos cure, para que volvamos de nuevo a darLe gloria, para volver al amor primero tantas veces como haga falta.



    domingo, 13 de noviembre de 2016

    Sin cansancio y sin descanso

    Podemos extraer del Evangelio de hoy (Lc 21,5-19), especialmente denso en su contenido, tres enseñanzas de Jesús para nuestra propia vida.

    El Señor anuncia a los suyos que no quedará piedra sobre piedra del templo que ahora contemplan y ante cuya belleza se sientes fascinados. Podríamos leer esto referido a la obra que Jesús está llevando a cabo en cada uno de nosotros. ¡Cuántas cosas tienen que ser destruidas en ti y en mí para que emerja Su imagen en nosotros! Esa imagen que fue el Modelo del Padre cuando nos creó. Comportamientos, actitudes, falsas seguridades... Todo eso caerá y, aunque duelan esos "despojamientos", podemos y debemos vivirlos en la serenidad que el mismo Señor nos regala aguardando, expectantes y con el corazón lleno de esperanza, el momento en que la obra maestra que está realizando en la vida de cada uno de nosotros brille en todo su esplendor y concluya según su designio amoroso de salvación.

    El sufrimiento que sin duda nos reportará en algunos momentos esa "destrucción" beneficiosa que el Espíritu lleva a cabo en nosotros; la oscuridad en la que, a veces, se ve envuelta, serán ocasión para dar testimonio de las maravillas que el Señor realiza en nuestras vidas. Y, aunque nos encontremos en situaciones delicadas en las que no sepamos qué decir o cómo comportarnos para ser sus testigos, Jesús nos promete que nos dará palabras y sabiduría capaces de dar cuenta a los demás -¡y a nosotros mismos!- del sentido de nuestra vida en Él. Sí, estas palabras y esta sabiduría serán faros que arrojen luz sobre lo inexplicable por doloroso y oscuro siendo "defensa" ante los demás y ante nosotros mismos, protección ante las tentaciones del desaliento y del abandono del camino. Ellas serán las que nos conviertan en verdaderos testigos de Dios ante el mundo.

    Jesús nos exhorta a perseverar en Su seguimiento a pesar de todos los obstáculos y dificultades. Y es que, si perseveramos en la confianza de que nuestro Padre cuida de nosotros y que nada de lo que nos sucede lo haría si no fuera para nuestro bien -aunque de momento no entendamos nada de nada-, contemplaremos Su luz resplandeciendo sobre nuestra vida y gozaremos de la salvación a la que hemos sido destinados desde siempre por el Dios-Padre que vela por nosotros sin cansancio y sin descanso.



    sábado, 12 de noviembre de 2016

    Haciendo silencio y vacío

    Vuelve a presentarnos el Evangelio de Lucas la parábola del juez injusto de la que Jesús se sirvió para animar a los suyos a orar siempre sin desanimarse y a hacerlo en la absoluta confianza de que el Señor siempre escucha nuestra oración (Lc 18,1-8). Y siempre es siempre.


    Si la palabra de Dios es veraz, y lo es, podemos preguntarnos qué es lo que sucede cuando no obtenemos de Dios eso que le pedimos. Te invito a pensar en Su Presencia esto que voy a decirte: la oración no se hace, se recibe. Es el Espíritu Santo Quien nos la regala gimiendo por nosotros en nuestro interior. Él, que sí sabe pedir lo que nos conviene, es el Orante. Entonces, ¿qué papel desempeñamos nosotros en esta "aventura" que es la oración? Verás: me parece que nuestra tarea consiste en hacer silencio y vacío para escuchar y acoger esa oración que el mismo Dios hace en nosotros y desde nosotros. De este modo podemos estar seguros de que se nos dará lo que pedimos sin tardanza, como afirma Jesús en este Evangelio.



    Ojalá que aprendamos a escuchar esos gemidos inefables del Espíritu en nuestro interior; ojalá que los acojamos y nos dejemos invadir por ellos. Porque es esa oración la que nos sumerge de lleno en la corriente de amor intratrinitaria que es la Vida auténtica, esa Vida en la que participamos por pura misericordia de Dios.






    viernes, 11 de noviembre de 2016

    Un Dios que nunca falla

    El salmo 118, que hoy proclamamos en la liturgia, termina con esta súplica dirigida al Señor: "Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad".

    A veces nos resulta difícil encontrar al Señor en determinados sucesos o en el comportamiento de quienes nos rodean. Pero sabemos que, de una u otra forma, el Señor está siempre con nosotros y su voluntad se manifiesta siempre como una voluntad salvífica, consoladora, misericordiosa, liberadora. 

    Por eso todo lo que nos sucede y nos resulta oscuro o doloroso; eso ante lo que nuestras fuerzas o capacidades resultan impotentes, es una buena oportunidad para elevar un grito al Señor y aguardar Su respuesta seguros de que, de un modo u otro, su voluntad prevalecerá. Sí, en estos casos podemos esperar con toda confianza la llegada del Señor a nuestra vida: Su Presencia irrumpirá salvando, consolando, cuidando, liberando. ¡Qué bueno puede llegar a ser para nosotros no poder acudir a nadie fuera de Él! Vayamos entonces al Señor y dejemos todo lo que pretende dañarnos en Sus manos; dejémoslo ahí y aguardemos Su manifestación en nuestra vida en la certeza de que Él jamás dejará de escuchar nuestras llamadas. Porque todos y todo puede fallarnos, pero el Señor nunca nos fallará.



    jueves, 10 de noviembre de 2016

    Dentro de ti

    Hoy Jesús nos recuerda que el reino de Dios está dentro de cada uno de nosotros (Lc 17,20). Esta afirmación, en apariencia tan sencilla, es de una profundidad que se nos escapa; sus consecuencias tales, que nos desbordan.

    La contemplo como una puerta entreabierta al Misterio de Dios; una puerta que invita a ser empujada con la "fuerza" de la oración silenciosa que nos sitúa en su umbral y nos enseña a esperar con amor paciente a que el Espíritu Santo nos tome de Su mano y nos introduzca en el Misterio de la Trinidad, esa Trinidad que ha querido reinar en nuestro interior y, desde lo más hondo de esa intimidad habitada, irradiar al mundo los beneficios inefables de su reinado.

    Abandona hoy por un momento lo de fuera, todo eso que te atrapa y te engaña haciéndote creer que es lo verdaderamente importante, incluso lo definitivo. Escápate de todo y aguarda en el silencio y la oscuridad acogedora de tu interior a que la luz del Espíritu ilumine tu inteligencia y alimente tu corazón para hacerte hoy un poco más capaz de este Misterio insondable que ha hecho morada dentro de ti.



    miércoles, 9 de noviembre de 2016

    Un Dios que siempre levanta

    Hoy, fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán, el Evangelio de Juan nos recuerda la escena de la expulsión de los mercaderes del Templo (Jn 2,13-22).

    Meditando las palabras del Señor que nos transmite el evangelista es fácil intuir y saborear la paz del abandono en las manos de un Dios que todo lo puede y que ha vencido a la muerte. Porque, como nos dice San Juan, cuando el Señor resucitó de entre los muertos, los suyos se acordaron de que había dicho que levantaría el templo destruido por los hombres en tres días. El templo era Su Cuerpo, apunta el discípulo amado.

    La resurrección del Señor es garantía de la nuestra. También de las resurrecciones que el Señor opera en nuestra vida cada vez que es destruida, al menos en parte, por acontecimientos y personas que nos hacen sufrir, que nos hunden y amenazan con robarnos la alegría que el Señor nos regala a manos llenas en los mil y un detalles que cada día tiene con nosotros.

    Ojalá que, por su infinita misericordia, cuando a lo largo del día experimentemos cualquier tipo de destrucción brille en nuestro horizonte la luz de Su gracia que viene en nuestro auxilio para levantarnos. Porque Él no permitirá que ese templo, que somos tú y yo, permanezca en su destrucción más tiempo del estrictamente necesario para que Su poder y Su gloria se manifiesten ante nuestros ojos y los de todos los que nos contemplan.



    martes, 8 de noviembre de 2016

    Perdiendo el tiempo...

    El salmo que hoy hemos proclamado y meditado reza así: "Sea el Señor tu delicia, y Él te dará lo que pide tu corazón" (Sal 36). ¿Cómo hacer, preguntaba a Jesús esta mañana, que Tú seas mi delicia? Os cuento lo que se me ha ocurrido...

    Quizá una forma de hacer del Señor nuestra delicia consista en "perder" nuestro "valiosísimo" tiempo con Él. Con "perder el tiempo" me refiero a procurarnos todos los ratos que podamos en Su Presencia; a frecuentarLe en el Pan Vivo, presente sobre el Altar en cada Misa y reservado en el Tabernáculo por nuestro amor, y en Su Palabra, estando muchos ratos a solas con Él. No importa que no sepamos qué hacer con la Sagrada Escritura entre nuestras manos ni qué decir o cómo comportarnos cuando nos situamos frente a Jesús que habita cada Sagrario de una forma tan misteriosa como real. Cada vez estoy más convencida de que basta con "estar" aunque la cabeza se nos vaya mil veces a otros lugares, aunque no tengamos ganas de estar ahí, aunque nos parezca que estamos perdiendo el tiempo... ¡Si es que lo estamos perdiendo de verdad y de la mejor manera! 

    Perdemos el tiempo cuando hacemos lo poquito que está en nuestras manos y lo poquísimo que nos permiten nuestra limitación y nuestra pobreza esperándolo todo de Él, que es Quien lo puede todo. "Perder" así nuestro tiempo es perder la vida para ganarla, como nos ha prometido el Señor.

    Y mientras perdemos nuestro tiempo -que en realidad es sólo y totalmente Suyo- vamos haciendo de esa práctica estupenda una costumbre, de la costumbre un hábito y del hábito un habitar con Él en nuestro interior. Porque allí deposita el Señor, en lo más hondo de nuestro corazón, los deseos que le hacen vibrar al ritmo de Sus deseos y de Su voluntad; porque esos deseos, puestos con infinito cuidado por el Señor en el hondón de nuestra alma, son los que nos permiten identificarnos con Él y hacer de nuestra vida eso que Jesús quiere que sea. Así, mientras "perdemos" nuestro "valiosísimo" tiempo dejando de hacer esas cosas que nos hacen tan útiles y valiosos a la vista de los demás, nuestro interior se va fraguando con el mismo Ser de Dios acompasado con esos latidos del corazón que va deseando lo que el Señor quiere que deseemos.

    Sí, vamos a "perder" todo el tiempo que podamos; a "perderlo" conscientemente; a buscar esa "pérdida" de tiempo con todas nuestras ansias y nuestro anhelo. De este modo el Señor se convertirá en nuestra delicia y Él mismo nos dará lo que desea nuestro corazón.



    domingo, 6 de noviembre de 2016

    Celebrando el don de la vida

    Las lecturas que nos propone hoy la liturgia son un canto a la vida. En la primera, siete hermanos macabeos y su madre, condenados a muerte por seguir al Dios verdadero, nos dan un testimonio precioso de fidelidad y de fe en la resurrección de los muertos: saben que la muerte no tiene la última palabra porque se fían plenamente de la Palabra del que les ha creado para la vida (2Macabeos 7,1-2. 9-14).

    En el Evangelio, Jesús nos dice que somos hijos de Dios y que, para este Padre de vida, todos sus hijos está vivos siempre porque participan de la Resurrección del Hijo, el Primero entre muchos hermanos, entre los que nos encontramos tú y yo por pura gratuidad y amor de un Dios que es Vida y quiere que todos participen de ella.

    Que hoy sea un día para agradecer el don de esta vida que ya disfrutamos y que nunca se acaba. Y que sepamos aprovechar a tope el tiempo de este primer tramo de existencia para que, cuando la muerte nos abra la puerta del siguiente, traspasemos ese umbral con la mejor disposición para acoger el don inmenso, precioso, inabarcable e insondable de la vida eterna;  para que lo traspasemos dispuestos a dejarnos bañar por la Luz que es Dios mismo, el Sol sin ocaso. Y eso ya para siempre, para siempre, para siempre...






    sábado, 5 de noviembre de 2016

    Vivir "colgados" únicamente de Su Providencia

    Hoy Jesús nos recuerda que no podemos servirLe a Él y al dinero, haciendo de éste un dios, y nos anima a ser honrados en el uso de ese medio que califica de vil (Lc 16,9-15).

    Lo primero que se nos ocurre pensar al escuchar la voz del Señor esta mañana es hacer algo lícito al que Él mismo nos anima: servirnos del dinero para hacer el bien. Pero puede que Le agrade aún más que Le pidamos que nos enseñe a dejar de verdad nuestra vida y nuestros afanes en sus manos sabiendo que Él cuida de nosotros. 

    Vamos a pedir a la Virgen que nos enseñe "el arte de la confianza". Que Ella nos sostenga para que podamos abandonarnos en las manos de Dios y así experimentemos en nuestra vida lo que significa ser hijos de un Padre providente; vamos a pedir a la Señora que nos haga tomar conciencia de nuestra dependencia absoluta de Dios. De este modo aprenderemos a descubrir los cuidados con los que el nuestro Padre del Cielo nos mima cada día.









    viernes, 4 de noviembre de 2016

    Hijos de la luz

    El Evangelio de hoy trae a nuestra consideración la actitud del administrador injusto que mereció la alabanza del Señor (Lc 16,1-8). El fragmento se cierra con una frase contundente de Jesús: "Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz".

    Este administrador que malgastaba los bienes de su amo aprovechándose de su situación privilegiada en propio beneficio, es para nosotros ejemplo en algo muy concreto: sabe, y realmente lo hace, cómo poner en juego todas las capacidades que tiene para prever el mal que le va a sobrevenir y tratar de minimizarlo.

    Sabemos que para nosotros el mejor bien consiste en vivir de modo que todo lo que nos sucede nos sirva para encontrarnos con Jesús. Y, por la llamada que hoy nos dirige el Señor, somos conscientes de que nos ha dado los dones y capacidades suficientes para vivir así, como hijos de la luz. Por contra, el mayor mal que puede sobrevenirnos es la separación del que es nuestra vida.

    Ojalá que adquiramos la sabiduría que nos pone a salvo del mal; ojalá que, como el administrador de la parábola, pongamos todo lo que somos y tenemos al servicio del Señor para que Él haga de la nuestra una vida semejante a la suya. Por eso hoy pido para ti y para mí que la Luz de Dios, que es Su Espíritu, haga de nosotros verdaderos hijos de la luz.



    jueves, 3 de noviembre de 2016

    Retomando el camino

    Hoy Jesús nos vuelve a recordar la alegría que experimenta cuando, tras habernos despistado y detenido en pequeñas o grandes cosas que nos lo ocultan, asistidos por Su gracia, nos volvemos a Él (Lc 15,1-10).

    Una y otra vez tenemos que ejercitarnos en ese retorno a lo esencial que consiste en fijar nuestra mirada en Jesús mientras caminamos. Este es el modo de hacer que todo, absolutamente todo, coopere en nuestra vida al seguimiento del Señor. Porque Él es el único capaz de sacar bien del mal: por eso nuestros abandonos, nuestras infidelidades y fracasos, nuestros cansancios y desalientos pueden ser para nosotros motivo de una conversión continua. En esto consiste la vida del cristiano: en volver una y otra vez a centrar nuestra existencia en Jesús, el Señor.

    Ojalá que tú y yo nos decidamos a hacer de Él el único motivo de nuestra vida, de nuestro pensar, de nuestro sentir, de nuestro actuar; ojalá que, como el Apóstol, podamos decir que todo lo que era para nosotros una riqueza ha pasado a ser nada en comparación con el conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor (Filipenses 3,8).






    miércoles, 2 de noviembre de 2016

    Camino al Cielo

    Hoy, conmemoración de los fieles difuntos, nuestro corazón está con todos aquellos que, habiendo partido ya de nuestro lado, aún no disfrutan de la visión de Dios.

    Vamos a acompañarlos con nuestras oraciones recordándoles verdades consoladoras que la Sagrada Escritura expone a nuestra consideración en este día. Vamos a decirles, con Job, que verán a Dios con sus propios ojos y disfrutarán de esa visión gozosa por toda la eternidad (Job 19, 25.26.27); vamos a recordarles que el Señor, que es Camino, Verdad y Vida, les está preparando un lugar junto a Él y vendrá muy pronto para llevarlos Consigo (Jn 6,1-3.6); vamos a consolar y a aliviar su espera repitiéndoles que no tienen nada que temer porque el Señor es su luz y su salvación.

    Que nuestro día transcurra en compañía de todos los que nos han precedido y están ya a las puertas de la Casa del Padre. Veréis como, trayéndolos a nuestra mente y a nuestro corazón, también nosotros atisbamos esas puertas de acceso a la Gloria sin fin que nos aguarda a todos. 



    martes, 1 de noviembre de 2016

    Una victoria que también es nuestra

    Hoy, día de Todos los Santos, la liturgia nos invita a celebrar la victoria sobre la muerte de todos los que nos han precedido en la esperanza de que su victoria, que es la del Señor, también nos pertenece.

    San Juan "ve" una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Tú y yo podemos distinguir en esa multitud rostros familiares de personas queridas que ya han llegado a la meta y que nos esperan deseando tenernos a su lado.

    Detente a contemplarlos radiantes, reflejando la luz del que es todo Luz, y escucha cómo te dicen que no tengas miedo, que el Señor, vencedor del mal y de la muerte, nos hace partícipes de Su victoria junto a ellos.


    Que la esperanza de alcanzar un día la gloria, de la que ellos ya gozan en plenitud, conduzca nuestros pasos en esta vida y que, elevando nuestros ojos y nuestro corazón al Cielo, donde ellos moran totalmente inmersos en la corriente de Amor que es Dios mismo, no nos dejemos atrapar por las dificultades y tristezas de este mundo que a veces amenaza con arrebatarnos, entre otras muchas cosas, el bien preciado de la vida. 

    Puedes estar seguro: nada ni nadie nos podrá quitar lo que Dios nos ha dado, que es Él mismo, porque vivimos en Él desde el mismo instante en el que nos creó. Nuestra vida, como la de todos los que nos han precedido, no acaba nunca. Aún más, cuando parece que termina ésta que ahora conocemos, es cuando empieza la de verdad, la Vida con mayúscula de la que todos los santos gozan y desde la que nos gritan: "Ánimo!!! No tengáis miedo!!! Vuestro triunfo está asegurado. Basta con creer y esperar en el Señor tratando de amar con Su mismo Amor que habita en vosotros".