lunes, 15 de febrero de 2016

De Cuerpo a cuerpo

Hoy Jesús nos da, a través de Mateo, la "falsilla" del examen más importante de nuestra vida (25,31-46). No se limita el Señor a darnos la batería de preguntas; nos facilita también las respuestas de modo que no haya posibilidad de equivocaciones: todo el bien que hagamos a los hermanos se lo hacemos a Él mismo. Porque ha querido identificarse con nosotros hasta las últimas consecuencias.

A menudo no somos conscientes de que el impulso que nos mueve a volcarnos con los que tenemos cerca y con los que están lejos mediante el milagro de la comunión de los santos, que se opera a través de la oración, es la fuerza de Dios en nosotros; tampoco caemos en la cuenta de que es al mismo Cristo a Quien atendemos en este detalle o en el otro que tenemos con nuestros hermanos. No importa: es Él el destinatario de nuestros cuidados, de nuestro cariño, de nuestra cercanía y calidez con aquellos junto a quienes vivimos. Esto es así porque Él lo ha querido así, seamos o no conscientes de ello.

La fuerza para vivir de este modo procede del Espíritu que Él nos regala; el coraje para amar, de la contemplación del Misterio de su vivir en medio de nosotros en la Eucaristía y de la comunión de su Cuerpo. Porque es esa comunión la que nos hace uno en Él, la que nos identifica con Jesús haciendo realidad que los demás sean Cristo para nosotros y que cada uno de nosotros seamos Cristo para el otro.

Así, de Cuerpo a cuerpo, fluye esa corriente vivificadora que nos inserta, de manera misteriosa pero real, en el torrente de amor intratrinitario que es nuestro hábitat por pura misericordia de Dios.