domingo, 21 de febrero de 2016

Oscuridad y luz

En este Domingo la liturgia nos invita a contemplar la manifestación de Dios de dos modos diferentes.

Después de anunciar a Abrán que será bendecido con una descendencia incontable, el padre de todos los creyentes cae en un sueño profundo y, en medio de un terror intenso y oscuro, envuelto en una puesta de sol, Dios se hace presente aceptando su ofrenda (Gn 15,5-12. 17-18).

También Pedro, Santiago y Juan se caían de sueño mientras acompañaban al Señor que oraba en el Tabor. A ellos se manifestó Dios de otra forma: señalándoles Quién era Jesús, el Hijo a Quien debían escuchar, y dejándoles vislumbrar Su gloria. Así contemplaron al Señor irradiando la luz de la divinidad (Lc 9,28b-36).

Pensaba que Dios es el mismo ahora que entonces y se sigue manifestando de distintas formas: unas veces en medio de tinieblas y sufrimiento; otras, envolviéndonos con su luz. En cualquier caso siempre es Dios y siempre nos hace saber que no nos abandona, que vive en nosotros y envolviéndonos con su gracia. Porque es inmanente y trascendente a la vez, podemos tratarlo en la intimidad del silencio interior y en la adoración callada que lo descubre como el Otro ante Quien sólo cabe postrarse...

Ojalá que dejemos al Señor hacer su obra en nosotros sin resistirnos a la purificación y transformación que tiene que operar en cada uno para identificarnos con Él. Ojalá que, ya envueltos en luz, ya sumidos en tinieblas, sepamos buscar y descubrir su Rostro y adorarLe como el más íntimo a nosotros mismos y el absolutamente Otro.