domingo, 7 de febrero de 2016

Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras

La liturgia nos propone hoy tres lecturas con un denominador común: los casos de Isaías (6,1-2a. 3-8), Pablo (1Co 15,1-11) y Pedro (Lc 5,1-11) son iguales. Los tres se consideran indignos de la misión recibida, pero esa indignidad no cuenta porque ha sido Dios Quien los ha elegido y les ha encomendado una misión concreta.

Fijándonos en ellos, el Espíritu nos anima a no temer porque, en frase de San Agustín, Dios nos da siempre eso mismo que nos pide. Por eso basta con recibir para poder responder.

Su elección es un regalo como también lo es el deseo de vivir como a Él le agrada desarrollando la tarea para la que nos creó. Sólo tenemos que procurar estar muy cerquita de Jesús para escuchar su voz y, fiados en ella, no dudar en lanzarnos para vivir eso que nos propone. Porque no se trata tanto de hacer como de vivir de un determinado modo en medio de las circunstancias que la vida nos depara.

Imagino a Pedro aferrado a los pies de Jesús mientras le decía que se apartara de él porque era un pecador. Estoy segura de que sentía exactamente lo contrario de lo que pedían sus labios. Y tú y yo, si sabemos leer lo que sucede dentro y en torno a nosotros descubriremos, con una alegría siempre creciente que hace palidecer a cualquier otro sentimiento de gozo que podamos experimentar, que Jesús emplea todo lo que acontece para desprendernos de lo que nos impide ser sólo de Él.

¿Cabe alegría mayor que vivir únicamente de Él, con Él y para Él? Estoy convencida de que no. Por eso te animo a pedir hoy con el obispo de Hipona: "Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras".