sábado, 13 de febrero de 2016

El Dios de lo imposible

Hoy asistimos a la llamada de Mateo (Lc 5,27-32) por parte de Jesús; una llamada capaz de arrancarlo de su vida mezquina para convertirlo, nada más y nada menos, que en apóstol. Seguro que más de uno miró con desconfianza y recelo el abandono del banco de impuestos del recaudador, aborrecido por uno y temido por otros; seguro que ni siquiera el mismo Mateo daría crédito a su conversión... ¿Cómo iba a creerse capaz de cambiar de vida apoyándose en sí mismo?

Pero Mateo, que no se fiaba de él, puso toda su confianza en el Señor. Sí, la llamada de Jesús le hizo concebir la esperanza de que, Aquel que lo llamaba, se encargaría de todo... si él lo seguía. Iluminado por la luz interior de la llamada, dejándose arrastrar por la voz del Maestro, dejó todo y lo siguió. Y para inaugurar esa nueva vida que intuía llena, plena, rica, dio un gran banquete. 

¡Qué precioso gesto! ¡Qué elocuente! Porque no se puede ir en pos de Jesús con cara de vinagre ni añoranzas en el corazón. ¿Qué dejamos si seguimos a Quien no nos da cosas sino que se nos da Él mismo? ¿Qué dejamos si Ese que se nos da es Dios? Entonces, ¿cómo no dar un banquete para celebrar su llamada? ¿Cómo no vivir vida de fiesta si el Novio está con nosotros? 

De acuerdo, pero ¿qué pasa esos momentos bajos en los que nos visita el llanto y el sufrimiento?, podemos preguntarnos. Estos momentos, por duros que puedan llegar a ser, no podrán quitarnos el traje de fiesta, convertido ahora en un atuendo de esperanza porque sabemos que todo es para bien de los que aman al Señor y son por Él amados. Nada ni nadie es capaz de consolar y sostener como lo hace Dios. ¿No es esto también motivo de fiesta?

Vamos a celebrar hoy Su llamada. Esa llamada que hace posible lo que nos dice el mismo Dios a través de Isaías, haciéndonos capaces de recibir la Vida que su Hijo nos ha ganado: desterrar todo tipo de opresión, gestos amenazadores y maledicencia; compartir lo que Dios mismo nos da y darnos nosotros mismos como Él se nos entrega. 

¿Que cómo hacer esto tan difícil para nuestro egoísmo? Haciendo lo que hizo Mateo: fiándonos de esa llamada que hace posible lo imposible. Sí, vamos a hacer lo posible, que es lo único que nos compete, dejando el resto a Dios. Él, puedes estar seguro, hará lo imposible. Porque nuestro Dios es el Dios de lo imposible; un experto en borrar los prefijos negativos.