lunes, 8 de febrero de 2016

La mansión de Dios

Meditando el salmo 131 que nos propone hoy la liturgia, pensaba que esa morada de Dios, su mansión, es Cristo: en Él habita la plenitud de la divinidad. Y, por pura misericordia, Jesús ha querido habitar en ti y en mí junto a su Padre y a su Espíritu. Por eso tú y yo somos morada de Dios.

Nos habita un misterio insondable que encierra otro secreto: la persona que en realidad somos; nuestro "yo" auténtico. Y el Señor hace posible que lo encontremos en Él mismo en ese viaje al interior al que desea acompañarnos.


Le pido hoy que, así como todos los que tocaban la orla de su manto quedaban curados (Mc 6,53-56), del mismo modo tú y yo seamos liberados de nuestra ceguera para encontrarLe en nuestro interior; para encontrarnos a nosotros mismos en Él. 

Ojalá seamos dóciles a las mociones del Espíritu y nos dejemos conducir por ellas a ese hondón del alma en el que, en medio de la oscuridad y el silencio, habita Dios mismo. El Dios que ha querido poner su morada entre nosotros haciéndonos su mansión.