lunes, 7 de diciembre de 2015

Un viento que impulsa hacia Dios

Isaías adelanta los "signos" de los tiempos mesiánicos (35,1-10): desiertos y yermos florecerán; los ciegos verán, los sordos oirán...; se abrirá una senda por la que los redimidos regresarán del destierro que los mantenía lejos... Todo será alegría; la pena será desterrada.

Y san Lucas nos relata en el evangelio de hoy (5,17-26) la curación del paralítico: Jesús inaugura esos tiempos nuevos anunciados por el profeta. Él es la senda que nos devuelve al Padre. Y puntualiza Lucas, a modo de introducción al relato, que "el poder del Señor lo impulsaba a curar".

Sí, Dios se encarna para curarnos. Lo único necesario para que su curación y liberación se produzcan -porque Jesús, al sanar las dolencias corporales, está queriendo dar a conocer la liberación del pecado que es la peor "enfermedad"- es que Le dejemos; que poniéndonos frente a Él tal y como somos, sin ocultar ni disimular nada, no opongamos resistencia ante su acción en nuestra vida. Porque, aunque pueda parecer extraño, a veces no queremos que nos despojen de nuestras esclavitudes...

Los amigos del paralítico sortearon todo tipo de obstáculos para colocar al enfermo frente a Jesús. ¿Ves? El Maestro sólo pide que hagamos todo lo que está en nuestra mano para obtener la curación. Eso, remover los obstáculos, es ya un signo de fe. 

Ojalá que nos dejemos mover por ese mismo poder del Espíritu que movía a Jesús a curar para ponernos frente a Él estemos como estemos. Seguros de que nuestra sinceridad con nosotros mismos es la llave para que su poder nos rescate de lo que nos limita, constriñe y esclaviza.