miércoles, 30 de diciembre de 2015

Desear, buscar, esperar...

Hoy seguimos con la Sagrada Familia en el Templo. Y con ellos conocemos a Ana, esa mujer anciana que servía a Dios esperando su manifestación (Lc 2,36-40).

Ni Simeón ni ella quedaron defraudados, Y es que, cuando buscamos de verdad a Dios, cuando esperamos atentos que se muestre a nosotros, el Señor no deja de atender ese deseo del corazón revelándose para que lo reconozcamos y nos encontremos con Él. Sólo tenemos que buscarLe y esperar seguros de que desvelará Su Presencia para que, descubriéndoLe, nos hagamos conscientes de su continua compañía junto a nosotros en el camino de la vida y podamos vivir en y de Su Voluntad.

Pienso que si nuestro único afán y deseo fuera éste, que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros, nuestra vida adquiriría todo su sentido y, con él, esa permanencia eterna a la que alude San Juan en su primera carta (2,12-17). El discípulo amado nos da la clave para que el sueño de Dios sobre tu vida y la mía se cumpla: creer en Jesús y amar a fondo perdido, sin esperar nada a cambio. Todo lo que sabemos se reduce a esto: ni más, ni menos. Conocer esta verdad y desearla para nosotros, poniendo lo poquito que esté de nuestra parte, es lo único que se nos pide. El resto le corresponde a Dios. Porque no siempre hacemos Su Voluntad pero, en cambio, siempre podemos desear hacerla y actuar en consonancia con este deseo. 

¡¡¡Anímate!!! La tarea de nuestra santificación le compete al Señor. Y Él nunca falla...