Al leer esta mañana el evangelio que la liturgia nos propone hoy (Mt 17,10-13) no he podido evitar quedarme con la frase con la que el Señor se refiere al "maltrato" que los hombres han dado a Elías. Tomando pie en ella, anuncia su propio padecimiento a manos de los hombres.
Dice Jesús que Elías ya vino y que "lo trataron a su antojo". Eso mismo hicieron con Él y eso seguimos haciendo hoy los que pretendemos ser sus seguidores cuando nuestras obras van en la dirección contraria a la vida que vivió aquel que es nuestro Modelo.
Por todo esto mi oración hoy está fluyendo sobre dos cauces paralelos. El que discurre sobre la propia vida y el que lo hace por las vidas ajenas. Pido al Señor que las aguas que circulan por el primero sean siempre aguas de autocrítica y arrepentimiento. Ojalá que tú y yo, al menos, seamos capaces de recibir la luz del Espíritu que ilumina nuestro día para que descubramos las incoherencias de nuestra vida, pidamos perdón por ellas y nos apoyemos en su gracia para subsanarlas. Al hilo de esta idea venían a mi corazón las palabras del Salmo 68: "Dios mío, tú conoces mi ignorancia, no se te ocultan mis delitos. Que por mi causa no queden defraudados los que esperan en ti, Señor de los ejércitos".
El segundo cauce es el de las aguas que discurren por las vidas de quienes tenemos cerca. Cuando es en ellas donde descubrimos esa suerte de esquizofrenia entre lo que dicen y lo que hacen, es el momento de dar gracias a Dios porque nos permite sufrir y padecer esas incongruencias que Él mismo padece. Y es que, a los que deseamos vivir en Jesús, de Jesús y para Jesús cualquier circunstancia, por triste o molesta que pueda ser, nos sirve para colaborar en la instauración de su Reino. Unas veces podremos trabajar por él; siempre podremos orar para que se implante; y en unas poquitas ocasiones se nos brindará la ocasión de poder sufrir con Jesús el que las cosas no sean como Él las ha querido. ¿Vamos a desaprovechar esta oportunidad de acompañarLe en los "momentos bajos"?
