lunes, 14 de diciembre de 2015

Un Don para ver, caminar, hablar o callar según Dios

El libro de los Números señala, a modo de introducción a los oráculos de Balaán, que el Espíritu vino sobre el profeta. Fue este Espíritu el que iluminó los ojos de su corazón permitiéndole ver la gloria de Israel cuando lo que en realidad tenía ante sus ojos era un pueblo acampado en tierra extranjera.

Ese mismo Espíritu el que enseña los caminos de Dios a los que se reconocen necesitados de luz y orientación (Sal 24) y desean vivir según la voluntad del Padre.


También es el Espíritu de Jesús el que indica qué hay que decir, cómo y cuándo decirlo y cuándo conviene callar. 

Siendo dóciles a Él nos conduciremos imitando al Maestro en su prudencia y sagacidad (Mt 21,23-27). Sí, el Dulce Huésped del alma hará posible que nuestra mirada trascienda lo que se presenta ante nuestros ojos para descubrir en esa visión a larga distancia los planes de Dios; Él nos mostrará el camino cuando estemos dispuestos a descubrirlo para andarlo; Él pondrá en nuestro corazón qué y cómo tenemos que decir llegado el momento y cuándo será mejor guardar silencio. 


Por eso pedir la venida del Espíritu Santo es pedir tanto... ¡Mejor! Es pedirlo todo.