domingo, 23 de agosto de 2015

Palabras de vida eterna

Hoy asistimos a un episodio triste de la vida del Señor (Jn 6,61-70): el abandono de muchos de sus discípulos que, tras escuchar de sus labios el discurso sobre el Pan de Vida, juzgan su modo de hablar como inaceptable.

Tú y yo, a veces, también hemos juzgado del mismo modo las enseñanzas de la Iglesia que han producido en muchos la huída de un "lugar" que consideran opresivo y castrante. Y es que uno de los mayores errores en los que podemos caer consiste en convertir el seguimiento de Cristo en un moralismo, en un conjunto de preceptos que cumplir. Cuando ésta es la premisa de partida, tarde o temprano se produce la desbandada.

¿Cómo evitar que lo secundario ocupe el lugar de lo fundamental y llegue a arruinarlo? Escuchando en el silencio la Palabra de Jesús que, salida de su boca, nos interpela en un encuentro personal, de Tú a tú. Es cierto que la exigencia es entonces mayor incluso que cuando procede de un contexto normativo ajeno a nosotros, pero es una exigencia dulce y suave que no sólo no aleja del Maestro sino que nos une más íntimamente a Él a medida que transcurre nuestra vida porque todo en ella es gracia y la exigencia viene precedida del don que la hace posible.

Jesús, haznos capaces de Ti para que nunca desertemos de su amistad, de tu amor. No permitas que caigamos en el engaño y el fariseísmo de un cumplimiento hipócrita y vacío regido por un moralismo absurdo carente de vida. Danos, Señor, el don del encuentro personal Contigo en tu Palabra viva que, asumida y hecha carne en nosotros, nos da la vida dándola a la vez al mundo. Y perdona nuestro mayor pecado: el de haber sido los causantes de que muchos se alejen de Ti por haber reducido tu seguimiento a una religión basada en normas frías y muertas. Hoy te decimos con el bueno de Pedro: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos".