sábado, 22 de agosto de 2015

Cuando Dios ensalza

Continuamos leyendo el libro de Rut (2, 1-3. 8-11; 4,13-17). La generosidad de la moabita para con su suegra, con quien ha decidido vivir renunciando a su familia y lugar de origen, no deja impasible a Dios, el mejor pagador. Así, Rut se convertirá en mujer de Boaz y madre de Obed -abuelo del rey David-. De este modo, una mujer extranjera pasa a formar parte de la genealogía de Jesús, el Verbo encarnado.

Y es que, como el Señor nos recuerda en el evangelio (Mt 23,1-12), el que se humilla será enaltecido. La Virgen canta en el Magníficat que Dios ha mirado su humillación. ¿A que humillación se refiere María? Bien podría tratarse de su voluntaria renuncia a ser madre, renuncia que se da antes de conocer por medio del ángel la voluntad de Dios para ella. Para una mujer judía la mayor humillación consistía en no dejar descendencia ya que el pueblo escogido esperaba expectante la llegada del Mesías, que habría de nacer de una virgen. Por eso, el hecho de que Dios no concediera hijos a una mujer era considerado un oprobio. María se humilló poniéndose libre y voluntariamente en esta situación de deshonra. Y Dios la exaltó convirtiéndola en Madre de su Hijo.

Rut deja a los suyos y su tierra para ir a un lugar donde siempre sería considerada extranjera sólo por amor a su suegra, para no dejarla sola en su ancianidad. María, la esclava del Señor, se coloca en una situación que la excluye de la gloria de ser estirpe del Mesías esperado para ser pura y genuinamente la esclava del Señor, la que sirve y pasa desapercibida, como si no existiera; la que jamás recibirá reconocimiento ni honores.  Dos mujeres que, porque se hicieron servidoras, fueron colocadas en el primer puesto; dos mujeres que, renunciando a cualquier tipo de estima o aprecio, fueron honradas por Dios como jamás se atrevieron a soñar...

Y tú y yo, mirándolas, ¿no sentimos un deseo grande de olvidarnos de nosotros mismos, de hacer vacío para disponernos a dejarnos llenar por Dios? Que María nos conceda avanzar por nuestro camino dejando espacio en nuestro interior para que su Hijo pueda encarnarse también en nosotros. Que como Rut, estemos pendientes a las necesidades de los que nos rodean para acudir en su ayuda como también hizo María yendo a atender a su prima en su embarazo. Y que, como la Virgen, acojamos la Palabra de Dios en nuestro interior para que, tomando vida en nosotros, sirva y salve a los demás.