domingo, 20 de septiembre de 2015

Para servir, servir.

La invitación que Jesús nos hace hoy es la del servicio (Mc 9, 29-36). Para vivir sirviendo tenemos un modelo al que imitar: Jesús mismo. Basta mirar a su vida para saber cómo hemos de conducirnos en la nuestra.

Pienso, sin embargo, que a menudo reducimos lo que el Señor nos pide a una serie de comportamientos que podríamos incluir en un cajón etiquetado "hacer favores". Es una tendencia humana esta de achicar lo que nos viene grande para poder abarcarlo. Por eso identificamos este vivir sirviendo que Jesús indica como la manera más auténticamente humana de vivir con la ejecución de servicios de cualquier índole que hacen la vida más agradable a los que tenemos cerca. Sin duda que esto es algo pero queda muy lejos del todo ya que la referencia es la vida del Señor.

Sin duda que Jesús hizo "favores" mayúsculos a sus contemporáneos -basta recordar alguno de sus muchos milagros- y continúa haciéndonoslos hoy a ti y a mí -cuántas experiencias personales de esto-, pero todo esto no es sino mera manifestación de algo infinitamente más profundo: el amor inmenso que el Señor nos tiene. Porque su "servicio" empezó por un abajamiento impensable para nosotros con la encarnación y, pasando por el acto de mayor entrega jamás soñado, su muerte en la Cruz, culminó en su presencia resucitada y resucitadora en medio de nosotros sosteniendo nuestra existencia, alentando nuestras luchas, sanando nuestras heridas... recapitulando en Sí todas las cosas que ya han empezado en Él a ser devueltas al Padre.

Llegamos al punto de siempre: al amor. El servicio es amor. Y si bien es cierto que éste se ha de materializar por fuerza en comportamientos y acciones puntuales, de poco servirán los mismos -¡tantas veces son trampas que esconden un activismo enfermo o un afán desmedido porque nos consideren!- si no manan de la fuente del Amor que es Cristo viviendo en lo más profundo de nuestro ser. Dejar emerger al Señor que mora en lo más íntimo de ti y de mí. Ésta es la cuestión. Para eso es necesario tratarlo en esa intimidad silenciosa que nos pone a tiro para que su Espíritu vaya haciendo su obra en nosotros, es decir, nos vaya haciendo más y más semejantes a nuestro Modelo. 

Sólo tenemos que hacer una cosa: recibir la Sabiduría que viene de arriba -Jesús mismo-, esa de la que Santiago nos dice que es pura, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera (St 3, 16-4,3.). Porque, no lo olvides, el protagonista es Él, el que debe actuar en tu vida y en la mía es Él, el que ha de amar en ti y en mí es Él. Ojalá nuestra vida sea un aprendizaje que nos lleve a no estorbar su presencia y su acción en y a través de nosotros. Sólo así aprobaremos el último examen, ese en el que se nos examinará del amor...