jueves, 17 de septiembre de 2015

En casa de Simón

Hoy tú y yo, invitados por Jesús, vamos a acudir a casa de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50). Allí, situados discretamente en un extremo de la sala desde el que podemos ver sin ser vistos, nos disponemos a contemplar la escena que nos relata el evangelio.

Es difícil contener la emoción mientras la mujer unge los pies del Señor. Ojalá tú y yo nos conmovamos ante este acto de amor hasta el punto de imitar este gesto que tanto agradó a Jesús. Aturdidos por el perfume embriagador y por la belleza de la escena escuchamos la voz dulce y firme del Señor. También nos pregunta hoy a ti y a mí quién pensamos que ama más: uno al que se le ha perdonado algo u otro a quien se le perdonó mucho más...

Acoge entonces la invitación de Jesús a echar un vistazo a tu vida, que Él se encarga de iluminar con la luz de su Espíritu, para entender no sólo lo mucho que te ha perdonado, sino aquellas ocasiones en las que ha brillado su poder de Dios ante tu propia fragilidad cumpliéndose en ti, a pesar de ti mismo, su voluntad amabilísima. Estoy segura de que saldrá de tu corazón una adoración espontánea ante  esas manifestaciones de Dios en tu vida.

Permíteme unirme a tu acción de gracias por las acciones magníficas que el Señor ha realizado en tu vida; permíteme acompañarte para que, postrados ante Él, le amemos dándonos del todo, rompiendo el frasco de nuestro perfume para no retener nada de lo que sólo a Jesús pertenece.