domingo, 18 de octubre de 2015

La petición adecuada...

No sabemos lo que pedimos... Esto nos dice a ti y a mí Jesús en el evangelio proclamado en la Misa de hoy (Mc 10, 35-45). No sabemos lo que pedimos porque, aunque llevamos mucho tiempo intentando seguir de cerca al Maestro, aún no nos hemos enterado de que su Reino no es de este mundo, o lo que es lo mismo, su triunfo no coincide, para nada, con lo que entendemos por tal en el lenguaje  mundano porque se sale de las categorías manejadas en el contexto de lo que comúnmente se entiende por éxito.

Sí, el triunfo de Jesús queda manifiesto en el mayor acto de fracaso jamás imaginado: su muerte ignominiosa, el abandono de los suyos, la soledad más absoluta vivida en un puro e intenso acto de abandono en las manos del Padre a Quien no siente, ni ve, ni escucha, en el momento álgido de una entrega llevada hasta el extremo. Jesús reina doliente, sufriente, abandonado; Jesús reina desde el patíbulo vergonzoso y vergonzante de la cruz, la muerte reservada a los de peor calaña. ¿Cabe fracaso mayor?

Por eso no sabemos lo que pedimos cuando solicitamos de Él que las cosas nos vayan no bien sino mejor todavía; cuando acudimos a su poder como si fuera un "arreglatodo" infalible. ¡¡¡Qué tristeza tuvo que sentir Jesús ante la petición de sus discípulos!!! ¡¡¡Cómo debió hundirse al escuchar sus conversaciones acerca de quién sería el primero!!! ¡¡¡Qué punzada de dolor debió experimentar su Corazón delicadamente sensible y puro al sentirse rodeado por la ambición de los suyos!!! ¿No sientes su ahogo, su angustia, al imaginarte la escena...?

Vamos a evitar tú y yo afligir al Señor como lo afligieron entonces sus más íntimos. Vamos a dejar de pedir para permitir al Espíritu pedir en nosotros lo que nos conviene: la fortaleza, la serenidad y la paz para sufrir como el Maestro; la capacidad de servir entregándonos callada y eficazmente sin buscar el aplauso de los que nos rodean; el don de dar sin esperar nada a cambio; el regalo de desaparecer cuando hayamos cumplido nuestra misión para buscar únicamente Su sonrisa en el silencio y la soledad; el deseo ardiente de actuar y vivir sólo para ser su consuelo, su refugio, su alegría... 

Ojalá tú y yo aprendamos a vivir cada día entregándonos a Él por los demás con el único fin de que los demás Le descubran y Le conozcan. Ojalá aprendamos del Siervo de Yavhé a dejarnos purificar por los sufrimientos grandes o pequeños que la vida nos depare de modo que se cumpla en nosotros la promesa que el Señor hace por boca de Isaías (53,10-11): ver a los que nos sucederán siguiendo los caminos del Señor; contemplar en nuestra propia vida cómo prospera por nuestras manos lo que el Señor quiere; recibir el golpe del cincel en nuestra alma, labrada en y por las dificultades cotidianas, en la esperanza de ver y de hartarnos...; vivir la alegría de acompañar al Señor corredimiendo a tantos hermanos necesitados de redención... 

Que el Espíritu Santo nos asista en este empeño sosteniendo nuestro deseo y haciéndolo crecer a medida que crece en nuestros corazones el amor a Jesús, Señor y Maestro de entrega y de servicio. Porque después de la muerte nos espera la resurrección... ¡¡¡Feliz día del Señor!!!