lunes, 5 de octubre de 2015

La misericordia de Dios

Jesús nos pide hoy a ti y a mí lo que aquel día pidió al letrado que le preguntó qué tenía que hacer para heredar la vida eterna (Lc 10, 25-37): que amemos a Dios por encima de todo y a los demás como a nosotros mismos.

Lo que el Señor cuenta en la parábola del buen samaritano es un reflejo de la misericordia del propio Dios que estamos llamados a imitar como hijos suyos que somos. Pero para amar así, haciéndonos cargo de las heridas del hermano para aliviar su sufrimiento con todos los recursos disponibles a nuestro alcance, es necesario haberse sentido antes amado por Dios de esta manera.

Te animo a que consideres cómo te ha tratado el Señor cuando ni siquiera te perdonabas a ti mismo; cómo te ha hecho sentir su amor misericordioso de Padre en mil detalles, sirviéndose de las personas que te rodean… Descubrir las caricias de Dios es paso imprescindible para poder acariciar al otro; descubrir lo mucho que te ama, condición necesaria para empezar a responder, en medio de tus propias debilidades, pecados y retrocesos y precisamente en ellos, a tanto amor…