martes, 27 de octubre de 2015

Jugando en Su Presencia

Hace unos días recibimos una carta de un dominico en la que se nos recordaba una verdad honda envuelta en un ropaje de una belleza entrañable. Desde entonces guardo en el corazón unos párrafos que me están acompañando a la espera de poder compartirlos. Me parece que ha llegado el momento...

"La vida es como un juego de niños", decía este fraile. "Construir y destruir componiendo con las mismas piezas diversos castillos de fantasía". Sí, la vida es un juego en el que nosotros, niños todos a los ojos de Dios, jugamos a hacer cosas importantes -¡eso creemos!-, a ser eficaces y eficientes o, al menos, a procurarlo en todo lo que hacemos, a ser muy productivos... ¡los mejores en lo nuestro! Y, con recta intención, hemos trasladado estos criterios a nuestra vida espiritual. Ni siquiera la vida religiosa ha conseguido escapar de ellos...

Pero este dominico mayor que ha vivido mucho, mucho, nos daba una lección que, espero, no se me olvide nunca porque recoge una gran verdad. Porque, ¿es acaso tan importante lo que hacemos si "jugamos" a verlo con los ojos de Dios desde la eternidad? Seguía diciendo la carta que no importa a lo que juguemos, que "jugamos a jugar, sin pensar que lo que hacemos sea definitivo, ni sea una maravilla, pero sirve para jugar, que es lo importante". ¿No te parece que este pensamiento, expresado en estas palabras tan bonitas, destila sabiduría por todos sus poros?

Y esta mañana -en realidad vengo dándole vueltas desde ayer-, al coger el evangelio del día (Lc 13,18-21) y encontrarme con las comparaciones de Jesús hablando del Reino, he recordado esta carta de la mano de la semilla de mostaza y de la levadura que una mujer emplea para amasar pan. Cosas tan pequeñas, tan insignificantes, que por "dejarse hacer" se convierten en cobijo y alimento. 

No hace falta hacer nada importante, ni útil; ni serlo, ni que nos reconozcan. Basta con jugar a lo que queramos, a eso que a cada uno hace feliz, sabiendo que es Jesús quien dirige y manda en el juego. Sólo Él dará a este juego de niños que es la vida de cada uno, un valor infinito convirtiendo nuestro juego en algo grande a sus ojos. Lo único que hace falta, al menos así me lo parece, es no perder de vista que jugamos sin darnos demasiada importancia, riéndonos de nuestras niñerías y de las de los demás. Sin olvidarnos de decirle que aquello a lo que en verdad aspiramos es a amarlo con toda nuestra alma. Y sabiendo que Él no sólo juega con nosotros, sino que nos contempla con orgullo de Padre, Esposo, Hermano mayor y Amigo acogiendo con ternura entrañable nuestras niñerías y nuestras ínfulas de personas importantes y eficaces.