sábado, 3 de octubre de 2015

Invitación a la alegría

Lucas nos relata la vuelta de los setenta y dos que fueron enviados por Jesús a predicar la llegada del Reino (Lc 10,17-24). Los discípulos regresan felices porque su misión ha sido un éxito. Jesús recibe esta alegría dando gracias, pero aprovecha la oportunidad para enfocar lo que, sin duda, ha sido desenfocado por efecto de la euforia que produce que todo salga según lo previsto.

Hoy el Señor hace contigo y conmigo lo que entonces hizo con los setenta y dos. Su llamada de atención nos ayuda a fundamentar nuestra alegría en aquello que en verdad la procura: la salvación que nos ha ganado sin ningún mérito de nuestra parte simplemente porque nos ama.

¡Cuántas veces estamos alegres porque creemos haber cubierto unas expectativas; porque hemos sido capaces de superarnos a nosotros mismos cumpliendo unos objetivos o alcanzando unas metas! Esa alegría acaba con el menor revés que nos devuelve a la dura realidad de nuestros límites; acaba porque carece de raíces, porque es superficial.


Tú y yo somos invitados hoy por Jesús a la verdadera alegría. Esa que procede de sabernos amados por Él de manera incondicional; una alegría auténtica porque procede no de mirarnos a nosotros mismos y al logro de lo que nos hace sentir bien, sino de contemplar a Jesús dejando que nos diga de mil maneras que, seamos como seamos y pase lo que pase, nos quiere con locura.