sábado, 21 de noviembre de 2015

Un Dios de vivos

San Lucas nos recuerda hoy la respuesta que el Señor da a unos saduceos sobre la resurrección a raíz de la cuestión que le plantean (20,27-40).

Es una gracia inmensa creer en la resurrección de Jesús y, por eso, en la tuya y en la mía. Es una gracia porque a la luz de ella adquieren su verdadero sentido la vida y la muerte como puerta que se abre a la continuación de una vida en plenitud y para siempre que es continuación de la que ahora vivimos.

Pero la fe, en contra de lo que piensan algunos, no resta nada de dramatismo y dolor a la muerte, sino que la asume  con toda su carga destructiva y trágica en la confianza de que el Único que podía hacerlo la venció definitivamente. Porque Jesús no quería morir y pidió a su Padre que lo librara del trance mortal. Pero se fió y venció al enemigo haciendo que su acción, lejos de precipitar en la nada, sirviera de introducción a la plenitud de una Vida que es Él mismo y que nos regala porque nos ama.

Sí, a Jesús, porque es verdaderamente Hombre, le repugnaba la idea de la muerte. Pero por el amor infinito con el que la asumió porque los suyos le rechazaron, nos abrió de par de par las puertas de la Casa del Padre, Dios de vivos.

Hoy doy gracias por la fe en la resurrección. Ojalá que nuestro agradecimiento al Señor que, siendo Quien era, aprendió sufriendo a obedecer, nos lleve a aceptar con confianza las pequeñas muertes que el día de hoy nos presentará. Porque, puedes estar seguro, esas renuncias te liberarán de pesos muertos y, por eso, te permitirán seguir a buen paso al Dios de vivos que te espera en cada muerte para resucitarte a una vida nueva.