domingo, 1 de noviembre de 2015

¡¡¡Cuántos motivos para la alegría!!!

Hoy, día de todos los Santos, la liturgia nos propone unas lecturas cargadas de motivos para la alegría. Se trata de una alegría auténtica, plena, honda, verdadera, real. Sí, la alegría a la que nos llevan estas consideraciones no nos la puede dar ni quitar nada ni nadie; sólo Dios puede regalárnosla.

La única alegría duradera, profunda y veraz es la consecuencia de sabernos hijos de Dios -¡¡¡pues lo somos!!!-; de intuir y vislumbrar lo que ha preparado para los que lo aman; de sabernos acompañados por Él mismo, Jesús, Dios encarnado, que camina a nuestro lado, y de la ayuda de todos los que ya nos esperan en el Cielo. Párate un poco a hacer silencio en la Presencia de Dios: ¿no ves sus rostros sonrientes plenos de luz?, ¿no escuchas sus cantos de alabanza y adoración?, ¿acaso no los sientes cerca, muy cerca...?


La alegría de la que nos habla Jesús en el evangelio de Mateo (5,1-12a) es una alegría atrevida que se arriesga a vivir las paradojas de las bienaventuranzas que el Señor nos propone… ¿Te vas a quedar sin experimentarla? ¿No te atreves a probar, al menos? Porque esa alegría que Jesús vino a traer a la tierra no sólo nos espera en el Cielo; está a nuestro alcance desde ya mismo. Y eso pase lo que pase en nuestra vida. ¿Que no te lo crees? ¿Por qué no te arriesgas a vivir el evangelio?