martes, 3 de noviembre de 2015

Dejar para recibir

Me ha impresionado la parábola con la que Jesús responde en el evangelio de hoy (Lc 14,15-24) al comensal que dice: "¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!".

Porque, aunque sabemos que no cabe mayor dicha que estar junto a Jesús y su llamada a participar de su intimidad es clara, no siempre acudimos a esa invitación porque andamos enredados en nuestras cosas.

Sí, somos tan miopes, tan cortos de vista, que nos creemos que eso que tenemos entre manos es la maravilla de las maravillas y, atados a baratijas, nos perdemos disfrutar del gran tesoro que el amor infinito de Dios nos tiene preparado.

Y es que nos cuesta arriesgar, dejar lo que nos reporta satisfacción por algo que sí, pero no... Esto es lo que pensamos porque no terminamos de creernos que lo único necesario, ser totalmente de Dios y dejarnos habitar, conducir y amar por Él, es, además, lo único que nos dará la plenitud que apetecemos. Esa que nada ni nadie, por estupendos que sean, podrán darnos.

¿Por qué pensamos en la renuncia como algo molesto y dañino? ¿Por qué no terminamos de ver en ella una liberación y un vaciamiento que nos disponen a recibir al dador de todas las gracias seguros de que, con Él, lo tendremos todo?

Ojalá aprendamos en la escuela del Espíritu Santo el arte de la auténtica libertad. Ojalá dejemos las chucherías para acudir al Banquete.