No sabemos qué sintió Jesús cuando los suyos fueron a recogerlo porque lo creían fuera de Sí (Mc 3,20-21). Nada dice el evangelista al respecto...
Los relatos evangélicos son parcos y, muchas veces, -al menos a mí me pasa-, nos dejan con la sensación de haberse quedado a medio. Aunque, si nos paramos un poco, descubrimos que nos remiten a lo esencial. Eso que nosotros, ávidos de datos, nos hemos empeñado en enterrar bajo mil capas... Añadidos y añadidos sin cuento que nos impiden navegar por las aguas del Espíritu al impulso de su viento.

Por eso podemos volver nuestros ojos a Él pase lo que pase, estemos como estemos, seguros de que en el Maestro encontraremos el mejor compañero. Porque nada, absolutamente nada, de lo humano le es ajeno a nuestro Dios encarnado.