sábado, 23 de enero de 2016

Nada de lo nuestro Le es ajeno

No sabemos qué sintió Jesús cuando los suyos fueron a recogerlo porque lo creían fuera de Sí (Mc 3,20-21). Nada dice el evangelista al respecto...

Los relatos evangélicos son parcos y, muchas veces, -al menos a mí me pasa-, nos dejan con la sensación de haberse quedado a medio. Aunque, si nos paramos un poco, descubrimos que nos remiten a lo esencial. Eso que nosotros, ávidos de datos, nos hemos empeñado en enterrar bajo mil capas... Añadidos y añadidos sin cuento que nos impiden navegar por las aguas del Espíritu al impulso de su viento.



Y hoy pensaba que lo esencial de este brevísimo evangelio bien podía ser hacernos caer en la cuenta de que Jesús ha pasado por todos los estados de ánimo, por todas las situaciones, por todas las experiencias posibles... Porque asumió nuestra naturaleza para elevarla y redimirla y nada le pasó desapercibido.

Por eso podemos volver nuestros ojos a Él pase lo que pase, estemos como estemos, seguros de que en el Maestro encontraremos el mejor compañero. Porque nada, absolutamente nada, de lo humano le es ajeno a nuestro Dios encarnado.