viernes, 15 de enero de 2016

Conociendo a nuestro Dios

La lectura del primer libro de Samuel (8,4-7.10-22a) nos muestra la paciencia de Dios y su humildad ante la terquedad del hombre que tantas veces desea despreciando los planes y la misericordia de Dios.

Paciencia de un Dios que escucha los anhelos del corazón humano siempre y que, aún sabiendo que esas aspiraciones apuntan a la dirección equivocada, respeta la libertad de sus hijos hasta el extremo de plegarse a ella, dejándoles que recorran un camino distinto al que soñó para ellos y dispuesto a acudir en su ayuda cuando aparece en sus vidas el sufrimiento derivado del error a la hora de discernir qué rumbo seguir.

Humildad de un Dios que se deja despreciar y misericordia desbordante del Padre que olvida y está dispuesto a emplear su poder infinito para obtener bienes del mal que sigue al rechazo de su designio amoroso por parte de los hombres, envidiosos del modo de vida que un mundo apartado de Dios les ofrece.

En toda esta historia que nos relata la Palabra de hoy encontramos un hombre fiel: Samuel. Él, en medio del desconcierto y el dolor que le produjo la reacción del pueblo elegido, acudió a Dios para hacer lo que Él dispusiera. ¿Entendió Samuel el proceder de Dios en todo este asunto? Me inclino a pensar que no entendió absolutamente nada. Pero, sabiéndose un mero administrador de ese Dios providente con su pueblo, hizo lo que le pidió. 

Esto me hace pensar que al Señor le basta con que uno solo de sus hijos se mantenga vuelto a Él y dispuesto a hacer su voluntad. Ojalá que tú y yo formemos parte de esta minoría, ofreciendo nuestra pobre fidelidad al querer de Dios en favor de nuestros hermanos. Ojalá que seamos consuelo para Dios, como lo fue Samuel, en los momentos en que los que, los que viven junto a nosotros, se alejan de la casa del Padre y sufren por ello. Ojalá que nuestra vida y nuestra oración sirvan de eslabón que los una al Dios que hace tanto por nosotros y que nos ama con un amor infinito y eterno.