viernes, 1 de julio de 2016

Misericordia quiero y no sacrificios

El Evangelio de hoy relata la vocación de Mateo (Mt 9,9-13). El apóstol es un modelo para ti y para mí porque acogió la voz del Señor, que le habló en el fondo de su ser. La consecuencia de esta escucha no se dejó esperar: Mateo abandonó todo y siguió al Maestro.

La radicalidad del seguimiento de Cristo sigue siendo la misma ahora que entonces; la llamada del Señor a dejar todo lo que no sea Él para ser suyos del todo y de verdad, idéntica a la que acogió y secundó el evangelista. Porque la gracia que transformó a Mateo es la que también se nos regala a nosotros. Y es que, como a él, el Señor nos pide hoy nuestro corazón para hacerlo misericordioso, capaz de compasión para abrazar la miseria propia y la de quienes nos rodean. Porque el Señor prefiere esta acogida a cualquier otra cosa. Una acogida que no implica pactar con lo que no va en nuestra vida y en la de los demás, sino que nos lleva a sabernos necesitados de Su misericordia que nos sana y nos cambia. 

El Espíritu de Jesús, desbordándose sobre nosotros, es luz que nos permite vernos necesitados de Su perdón y de Su gracia y fuerza que nos transforma haciéndonos capaces de ser para los demás otros Cristos, siendo misericordiosos como lo es el Padre. Porque acoger amando, sin juzgar, es lo que nos asemeja a Dios. 

Ojalá tú y yo nos sintamos acogidos incondicionalmente por Dios, cuya gracia nos transforma y nos hace ser hijos en el Hijo. Ojalá Le entreguemos nuestro corazón pequeño y miserable dispuestos a dejarLe hacer en nosotros Su obra sabiendo que es esto lo que más Le agrada por encima de cualquier otra cosa.