domingo, 24 de julio de 2016

Pedir lo que conviene

En el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña a rezar a Nuestro Padre (Lc 11,1-13); a pedir, buscar y llamar con confianza sabiendo que Dios siempre nos escucha.

Sin embargo todos tenemos la experiencia de que, alguna que otra vez, el Señor no nos ha escuchado. Sentimos esto porque no nos da lo que pedimos, cuando lo pedimos y, lo que aún es más importante para nosotros, tal y como lo pedimos. Sí, empequeñecemos a Dios cuando pretendemos que, al satisfacer las necesidades que creemos tener, se ajuste a nuestras expectativas hasta en el menor de los detalles. De este modo nos cerramos a Sus sorpresas y nos incapacitamos para ver que, en verdad, nos ha dado lo que pedíamos... de un modo imprevisible para nuestra cortedad de miras.

Quizá sea bueno hacer balance hoy, pararnos para ver qué pedimos, a quién buscamos, cuál es la puerta a la que llamamos. Porque aquí está el meollo de la cuestión. Y es que andamos tan atrapados en lo que juzgamos necesidades inmediatas que no sabemos ver lo que en realidad necesitamos o nos conviene...

Mira lo que nos dice Jesús al final del Evangelio: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?". Vamos a detenernos a interiorizar estas palabras del Señor y a considerar qué puede faltarnos si lo que estamos pidiendo al Padre es a Dios mismo... 

Si logramos pedir de verdad la asistencia del Espíritu Santo en nuestra vida, veremos todo de otra manera, aprenderemos a dejarnos conducir por Él, nos regalará la sabiduría necesaria para conducirnos como auténticos hijos de Dios. En definitiva, será Él Quien ore en nosotros y nos hará capaces de imitar a Jesús en Su oración pidiendo al Padre que se haga Su voluntad y no la propia.

Vamos a dejar que el Espíritu pida en nosotros que se haga la voluntad del Padre; vamos a buscar con toda nuestra alma vivir según esa voluntad; vamos a llamar con confianza a las puertas de la Trinidad sabiendo que han sido abiertas para ti y para mí por el Hijo y que son ésas las únicas puertas que merecen ser traspasadas para morar por siempre en la corriente intratrinitaria de Amor que es nuestro verdadero sitio, nuestro auténtico hogar.