sábado, 2 de julio de 2016

Odres nuevos para un vino nuevo

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a la alegría: hemos de estar alegres porque el Novio está con nosotros y entre nosotros (Mt 9,14-17).

Sí, la novedad produce alegría: estamos hechos para lo nuevo -el sustantivo "novio", que el Señor se aplica a Sí Mismo, también sugiere esta novedad- y Jesús es Quien puede traer a nuestra vida continuamente esa renovación apetecida. Y es que, cuando en nuestro interior y a nuestro alrededor, todo se hace viejo por la monotonía, el aburrimiento o la falta de perspectiva, es Él, el Novio, Quien introduce la novedad en nuestra existencia gris y, con ella, la alegría.

Jesús hace nuevas todas las cosas... pero nosotros, a menudo, nos empeñamos en juzgarlas desde los prismas de siempre, en "encorsetarlas" en nuestras clasificaciones manidas, en colocarles etiquetas que echan a perder esa regeneración constante que el Novio procura. Cuando esto sucede no sólo echamos a perder esas novedades que proceden de Él, sino que nosotros mismos nos hacemos daño: revientan los odres y se derrama el vino.

El Espíritu Santo tiene el poder de derribar nuestras estructuras obsoletas, nuestros viejos sistemas aburridos, nuestras seguridades que huelen a rancio y nos esclavizan haciéndonos incapaces de lo nuevo.  Pero... ¿queremos que esto pase?

Párate a pensarlo un momento y pide a Dios la luz que te ayudará a descubrir todo eso que en ti ha envejecido y que te impide ilusionarte y vibrar con la novedad que Dios te regala cada día. Ojalá que tú y yo nos decidamos a soltar amarras y adentrarnos en el mar para vivir una auténtica aventura. El Señor, que es el Novio que trae la novedad a nuestras vidas, va en nuestra barca. Ojalá que no nos quedemos en la orilla varados en viejas seguridades; ojalá que dejemos que el Espíritu Santo las haga saltar por los aires. Así viviremos el sueño que Dios ha soñado para cada uno de nosotros y no nos perderemos una navegación apasionante.