domingo, 24 de abril de 2016

Hago nuevas todas las cosas

La lectura del libro del Apocalipsis que la liturgia nos propone hoy (21,1-5a), termina con una afirmación del Señor que ensancha el alma: "Yo hago nuevas todas las cosas"...

Pensaba que en todas esas "cosas" ocupan el primer lugar los hijos del Padre. Esos hijos que Jesús ha rescatado derramando Su Sangre Preciosísima. Entre ellos estamos tú y yo.

Siempre estamos necesitados de cambio, de renovación: ¡necesitamos esa transformación continuamente porque todo se nos hace viejo entre las manos... y dentro de nosotros! Pensaba que aquí está la piedra de toque, en este "dentro de nosotros".

A ese cambio interior, que se opera desde lo más profundo de nuestro ser, estamos llamados: él es nuestra vocación genuina. Por eso necesitamos cambiar, que las cosas cambien, que se renueven. Pero, a menudo, perdemos de vista que, para que esto sea así, hemos de cambiar nosotros en primer lugar.

¡Mejor! No tanto cambiar sino "dejarse cambiar" por el Artífice del cambio verdadero y real: el Espíritu Santo. Intuyo que Él realiza esta obra de cambio haciendo germinar en ti y en mí la Palabra de Dios, esa Palabra que es viva y eficaz, que produce lo que significa, que es "lámpara para nuestros pasos" como reza el salmista y que, si es acogida, produce una auténtica revolución interior. ¡¡¡Ese es el mejor cambio!!! 

Para que este cambio se dé, el Señor sólo nos pide que acojamos Su Palabra y que la dejemos crecer y desarrollarse dentro de nosotros. Sí, estamos llamados a "gestar" esa Palabra viva y a darla al mundo, como hizo nuestra Madre.



Quizá un buen comienzo podría consistir en rumiarla, en paladearla, en susurrarnos esa frase o esa palabra que ha captado nuestra atención... Repetirla en silencio, mientras trabajamos -si es posible- o mientras paseamos... Susurrar la Palabra... El Espíritu hará el resto. Entonces asistiremos a un verdadero milagro dejando que el cambio se instale silenciosa e invisiblemente en nuestro interior, como afirma Thomas Merton, el gran maestro espiritual. Y entonces, sólo entonces, podremos amar como Jesús nos pide en el Evangelio de hoy (Jn 13,31-33a. 34-35) porque ya no seremos nosotros quienes amemos, sino que será Él mismo Quien ame en nosotros.