domingo, 16 de octubre de 2016

Ensanchando la capacidad de desear

El Señor nos invita en el Evangelio de hoy a orar con insistencia, sin cansarnos, y nos asegura que el Padre siempre escucha nuestra oración. Para ello se sirve de la parábola de la viuda que no deja de insistir al juez inicuo hasta que le hace justicia (Lc 18,1-8).

Podemos preguntarnos cómo orar sin dejar espacio al desánimo cuando dudamos, no ya de la misericordia de Dios, inclinada siempre a satisfacer las necesidades de Sus hijos, sino de nuestra propia capacidad para orar. ¿No te sucede que, a veces, te preguntas si en realidad sabes orar o si lo que "haces" cuando pretendes dirigirte al Señor es verdaderamente oración? Porque en cuántas ocasiones -¡cada día!- tropiezas una y otra vez en tus propios límites cuando tratas de orar.

La lectura del Éxodo que hoy nos propone la liturgia (17,8-13) viene a sacarnos de nuestros pequeños desánimos. Verás...! Cuando Moisés ordena a Josué que ataque a Amalec, le dice: "Mañana yo estaré en pie en la cima del monte con el bastón de Dios en la mano". Sin embargo, un poco más adelante el relato nos cuenta que, mientras oraba, Moisés sintió cansancio, las manos le pesaban. Y los que le acompañaban tuvieron que facilitarle una piedra para que se sentara y sujetarle los brazos. Así, con la intercesión de Moisés, Josué venció a Amalec. Fíjate: las cosas no sucedieron como Moisés había previsto porque sus fuerzas le fallaron, pero se dejó ayudar y permaneció ahí, haciendo lo que buenamente podía, sin abandonar su puesto. 

Quizá el Señor quiera decirnos con esto que de lo que se trata es de no abandonar, de permanecer en nuestro pobre intento que casi siempre se limita a un deseo, el deseo de orar, de agradarLe en todo, de conocerLe cada vez mejor para amarLe cada día más. San Agustín nos dice que mantener este deseo es suficiente para que el Señor derrame Su gracia en nosotros. Así lo expresa este Padre de la Iglesia: "Nuestro Dios y Señor pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante".


Ojalá que sigamos este consejo del de Hipona y que perseveremos, como Moisés, en nuestros pobres esfuerzos que consisten tan sólo en desear creer en el Señor con una confianza cada vez mayor esperándolo todo de Él; en cultivar un deseo firme de amarLe con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser.