domingo, 25 de septiembre de 2016

Con un corazón compasivo

En el Evangelio de hoy, Jesús nos recuerda la parábola del hombre rico a cuya puerta se encontraba un pobre llamado Lázaro (Lc 16,19-31).

Si el rico va al infierno una vez que muere, evidentemente no es porque fuera rico, sino porque su corazón era duro como la piedra e inmisericorde. Y su ceguera era tal -tan ocupado en sí mismo estaba- que ni siquiera reparó en el hombre que, cubierto de llagas, estaba a su puerta.

Vamos a pararnos a considerar cuántos "Lázaros" están echados a la puerta de nuestra casa esperando un gesto, una palabra de nuestra parte que alivie sus heridas, que calme sus dolores. No nos engañemos pensando en las personas que sufren lejos de nosotros y que, en determinados momentos, nos hacen parecer ante nosotros mismos como compasivos. Esa compasión y ese dolor que sentimos por aquellos a quienes no podemos remediar es una farsa, créeme.

La verdad se nos impone en la existencia real de esa persona que tiene hambre de tu sonrisa, de tu atención, de tu cuidado, de tu delicadeza y de tu paciencia... y que no está lejos; la encontrarás en tu misma puerta. Fíjate y la verás. Abre tus ojos pero, ante todo, abre tu corazón y déjate conmover por su necesidad de calor humano. ¡¡¡Hay tantas formas de demandarlo!!! ¿O es que estás tan ocupado en lo que no puedes solucionar que no reparas en quien está a tu lado y necesita la suavidad y la delicadeza que emanan de un corazón compasivo?