sábado, 24 de septiembre de 2016

Con sinceridad salvaje

Nos cuenta Lucas hoy en su Evangelio (9,43b-45) que, a pesar de que Jesús anunciaba a los suyos Su Pasión, los discípulos no lograban entender lo que les decía. Les resultaba oscuro, puntualiza el evangelista, y no cogían el sentido de las palabras de su Maestro.

Aunque nosotros ya hemos recibido el Espíritu Santo que nos va enseñando y haciendo comprender lo que el Señor quiere decirnos en cada momento de nuestra vida -los discípulos tendrían que esperar la llegada del Paráclito en Pentecostés para entender lo que ahora se les hace del todo incomprensible-, también nos sucede en muchas ocasiones que no logramos comprender lo que sucede; que no encontramos explicación a lo que vemos o sentimos. Y como a aquellos primeros, nos da miedo preguntar a Jesús sobre ese asunto que nos abruma o trae la tristeza a nuestra alma.

Vamos a plantear al Señor con franqueza todo lo que nos pasa; vamos a ser con Él salvajemente sinceros llamando a las cosas por su nombre... tanto como nuestros límites nos lo permitan. Claro que corremos el riesgo de equivocarnos en nuestros juicios, pero si los dejamos en manos de Jesús Él sabrá cómo rectificarlos. 

Y cuando, gracias a Su gracia y Su misericordia, hayamos descubierto en la Presencia del Señor eso de lo que nos gustaría huir, veremos cómo en algunas ocasiones Su Espíritu nos ayudará a entenderlo y, cuando esto no sea oportuno ni conveniente para nosotros, recibiremos del Defensor la certeza de que estamos en buenas manos y de que, llegado el momento, Él nos hará comprender hasta lo más oscuro.