miércoles, 22 de julio de 2015

La magnanimidad de nuestro Dios

Las lecturas que hoy nos propone la liturgia son una invitación a meditar y saborear con el paladar del corazón la magnanimidad de nuestro Dios...

Nos dice Mateo en su evangelio (Mt 13, 1-9) que Jesús salió de casa y se sentó junto al lago... Imagino al Señor contemplando el agua serena y el cielo despejado, azul, muy azul... Su figura recortada sobre el paisaje recién estrenado de una mañana serena y fresca; su perfil perfecto, con sus ojos cerrados aspirando la brisa con olor a sal y yodo; su cuerpo todo que ora al Padre...

Pronto se le acaba ese rato de soledad a nuestro Jesús. Enseguida se ve rodeado de gente. Y nos dice Mateo que les habló mucho rato en parábolas. Gracias, Jesús, por dedicarnos todo tu tiempo, tu vida entera... Imagino tu Corazón amantísimo deseando darte siempre más y más: nada es bastante para ti... Quizá, Señor, pensaras en el pasaje que hemos proclamado hoy del libro del Éxodo (Ex 16, 1-5. 9-15) en el que se nos cuenta cómo tu Padre dio a su pueblo pan del cielo. Puede, Jesús, que desearas con toda el alma que llegara el momento de darte a todos y cada uno en el verdadero Pan de Vida... Cuando se trata de darte, Jesús, nada es suficiente para Ti.

¡Y pensar que nos has hecho precisamente para esto, Señor! Para darnos como Tú te das... Ayúdanos a entregarnos hoy a Ti y a nuestros hermanos sin regatear ningún esfuerzo sabiendo que así cooperamos contigo para que se realice el sueño que tienes sobre cada uno. ¡¡¡Enséñanos a entregarnos como Tú te entregas!!! ¡¡¡Concédenos la gracia de tener, al menos por un día, unas horas o unos minutos, tus mismos sentimientos!!! Esos sentimientos que se "leen" entre líneas en la Palabra que hoy nos has regalado.