Acabamos de estrenar una
nueva cuaresma, ese tiempo que la Iglesia nos regala para retomar, con ilusión
e impulso renovados, nuestra relación con el Señor. Se trata de tomarla entre
nuestras manos y disponernos a “cuidarla” con mimo y dedicación para que gane
en profundidad, en anchura, en intimidad.
La cuaresma es ese tiempo
dedicado a despertarnos del sueño de la necesidad. Sí, creemos necesitar muchas
cosas: que nuestra situación familiar y laboral mejoren; que las personas que
nos molestan cambien; que la enfermedad nos abandone y que la crisis –de
cualquier tipo y condición- dé paso a una época de bonanza. Pensamos que cuando
todo eso cambie, cuando contemos con el viento a favor, podremos dedicarnos a
cultivar nuestra relación con el Señor porque ¡son tantos los impedimentos que
obstaculizan este deseo! Esto es lo que pensamos la inmensa mayoría de las
veces y nos equivocamos al hacerlo porque es un error considerar que
necesitamos que nuestras circunstancias sean otras para dedicarnos a esa tarea
vital que solemos posponer indefinidamente esperando tiempos mejores.

¿Cómo hacer esto? Voy a
darte una sugerencia para empezar: pide a Jesús que te conceda el don de desear
de verdad encontrarte con Él, reconocerLe. Cuando sientas que ha sembrado ese
deseo en lo más profundo de tu corazón, pídeLe que te muestre cómo llevarlo a
la práctica. Presta atención, escucha –toma entre tus manos la Palabra que la
liturgia nos propone cada día- y decídete a “arriesgar” intentando vivir esas
ideas que pasan por tu cabeza en los momentos que dedicas a pensar sobre el
tema. Te aseguro que, si haces esto, esta cuaresma será una cuaresma diferente;
aún mejor: única!!! ¿Por qué no pruebas?