En el evangelio de hoy Jesús nos anima a pedir, a buscar, a
llamar (Lc 11,5-13). Y asegura categóricamente que si pedimos recibiremos, si
buscamos encontraremos y si llamamos se nos abrirá. Sabemos que su palabra se
cumple siempre. Por eso si dejamos de recibir, de encontrar y de ser acogidos es porque algo falla en nosotros mismos, no en Jesús.
El Señor te repite que eres hijo de Dios y que ese Padre
bueno no se contenta con darte cosas buenas como tu padre de la tierra. Eso,
que es mucho para nosotros, es poquísimo para Dios. Él no da cosas, ni
sucedáneos. Se da Él mismo en Su Espíritu.
Te invito a pensar qué pides, qué buscas y qué puertas
deseas que se te abran. Porque nada de lo pidas, por importante y necesario que
pueda parecerte, es comparable al Espíritu Santo que te habita, te conduce, te
recuerda todo lo que necesitas para ser feliz de verdad, te santifica
haciéndote semejante a Jesús.
Te aseguro que si pides
que actúe en tu vida; si buscas ser
iluminado por su luz, consolado por su ternura, purificado y regado por su agua
vivificante; si llamas a su puerta,
te adentrarás en el misterio que es Dios y llegarás a ver todo desde sus ojos
poniendo cada cosa en su justo lugar y, por eso mismo, dejándole a Él el
primero, el único. Aunque al principio te pesen las renuncias no dudes en
avanzar. Pronto, muy pronto, verás como no has dejado nada porque en Él
encontrarás todo como jamás soñaste tenerlo… ¿Te animas?