Entra hoy en escena, de la mano de San Lucas (3,1-6), otra
gran figura del Adviento: Juan Bautista.
El Precursor predica un bautismo de conversión pidiendo a
aquellos que quieren que sus pecados sean perdonados que preparen un camino al
Señor, que allanen sus senderos. Y continúa el evangelio refiriendo los
oráculos de Isaías: “Elévense los valles; desciendan los montes y colinas; que
lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de
Dios”.
Todo esto que en Isaías es una llamada para la preparación
oportuna que nos permita “ver” al que viene trayendo nuestra liberación,
aparece como una realidad que el Señor regala como don en la primera lectura
del profeta Baruc (5,1-9). En ella se nos invita a dejar el vestido de luto y
aflicción para vestir las galas perpetuas de gloria que Dios nos da. ¡Fíjate
bien! ¡¡¡Que Dios nos da!!! Ese mismo Dios, continúa
diciéndonos el profeta, ha mandado que nuestros caminos se allanen para que
podamos caminar a su encuentro por ellos con seguridad sabiendo que es el mismo
Señor quien nos guía.
¡Vamos a levantar hoy nuestros corazones a Él! ¡Vamos a
dejar que se esponjen con la esperanza del cumplimiento de su promesa de
liberación y salvación! Porque, como nos ha dicho San Pablo en su carta a los Filipenses
(1,4-6. 8-11) el que empezó en nosotros una empresa buena –la de elegirnos para
mantener con nosotros una relación de intimidad a través de la cual nos da una
vida verdadera, abundantísima- la llevará adelante. Y tú y yo, que deseamos con
toda el alma que su Palabra se cumpla en nosotros, ¿no vamos a confiar en Quien
nos ha hecho para que vivamos su propia vida?