Hoy nos cuenta Mateo cómo fue la concepción de Jesús (1,18-24). El relato se detiene en la figura de José, el hombre bueno, esposo de María.
Cuando José despertó del sueño en el que le había sido revelado el misterio que escondían las entrañas de María, se la llevó a su casa.
Imagino al Santo Patriarca deshecho por todo lo que estaba viviendo sin comprender; lo imagino vencido por el sueño, con el cansancio que produce la toma de una decisión difícil, muy difícil... ¿Acaso no nos hemos visto tú y yo en situaciones, al menos, parecidas? Pero Dios no tardaría en hacerle entender la misión que le había encomendado dándole la luz suficiente para dar el paso siguiente: llevarse a María a su casa. Con esto debe bastarnos, como le bastó a él, para avanzar al paso de Dios...
Sí, la liturgia nos invita hoy a despertar del sueño porque nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. Y yo añado: a despertar con José. Vamos a contemplar a María, a lo largo de la jornada, desde sus ojos; vamos a acariciarla con sus caricias y sonreírle con su sonrisa. Él, el hombre justo, nos enseñará a penetrar el misterio de la encarnación mirando a su esposa, que es Madre nuestra; con él aumentará nuestra fe a medida que contemplamos la belleza del vientre abultado de María, vientre dichoso y bendito que acogió a la Palabra después de haberla engendrado en el corazón por la confianza en los planes de Dios.
¡¡¡Ya es hora de despertar!!! Ojalá tú y yo despertemos hoy con José y vivamos con él todo este día que el Señor nos regala.