Meditando el Evangelio de hoy (Lc 4,21-30) me preguntaba
porqué Jesús se dirige a sus paisanos con estas palabras que parecen más una
provocación que otra cosa. ¿Qué necesidad tenías, Señor, -le preguntaba esta
mañana-, de adelantarte sugiriéndoles, de antemano, que no harías en Nazareth
los signos que habías hecho en Cafarnaún?
Probablemente Jesús, que leía en el corazón de los que lo
rodeaban, verbalizara lo que bullía en el interior de sus vecinos sin que
ninguno se atreviera a sacarlo fuera… Puede que el Señor se limitara a poner
frente a sus ojos, sin tapujos ni componendas, lo que esperaban en realidad a fin de prevenirlos frente a sí mismos.
Partiendo de aquí, podemos extraer una de las enseñanzas que,
me parece, contiene este Evangelio: a menudo esperamos de Jesús actuaciones
espectaculares, intervenciones prodigiosas que nos liberen del mal que nos
aflige y nos hace sufrir. Y tal es nuestro afán de vernos libres de lo que nos
apena o de satisfacer las necesidades que nos acucian, que convertimos a Dios en
una especie de “genio de la lámpara maravillosa” dispuesto a dar respuesta
acabada y satisfactoria a todos nuestros deseos… de la forma en que nosotros
esperamos que se vean resueltos nuestros problemas, ¡claro! Por eso, cuando no
suceden las cosas según lo habíamos previsto y pedido, expulsamos al Señor de
nuestra vida con cajas destempladas; nos negamos a adentrarnos en el misterio
oscuro y doloroso en que nuestra existencia se convierte tantas veces… tal y
como hicieron aquel día los nazarenos.
Cuando reaccionamos así ante lo que nos duele o simplemente
nos molesta, perdemos de vista algo verdaderamente esencial: que el Señor no
actúa dando respuesta a nuestro anhelo imperioso de que todo marche tal y como
consideramos que debería marchar, sino que el verdadero milagro se produce
cuando acogemos su compañía. Porque entonces es su gracia la que nos hace
descubrir que todo eso que nos sucede y, en especial, lo que nos contraría, es
empleado por el Padre para ir sacando a la luz la imagen del Modelo que
contemplaba cuando nos creó.
Sí, el Espíritu de Jesús nos ayudará a ver la vida en esta
clave y, derramando en nosotros sus dones, nos capacitará para soportar las
contrariedades con talante deportivo y corazón alegre y esperanzado que sabe
que todo, absolutamente todo, ocurre para bien de los que Dios ama.
¡¡¡Estamos aquí para esto!!! Para dejarnos hacer según
nuestro Modelo, Cristo, de modo que vayamos asemejándonos cada día un poquito
más a Él. Y esta obra de Dios en cada uno no consiste en tener siempre el viento a
favor, sino en descubrir su Presencia amorosa en nuestras vidas dejándolas
confiadamente en Sus manos para llegar a ser lo que estamos llamados a ser.
Los conciudadanos de Jesús no habían descubierto esto; por
eso se sintieron ofendidos cuando el Señor les dijo que ningún profeta es
aceptado en su tierra y lo empujaron fuera del pueblo con intención de
despeñarlo barranco abajo. El drama de estos hombres es resumido lacónicamente por el
evangelista cuando afirma que, entonces, Jesús se alejó de ellos.
Ojalá que no nos pase a ti a mí lo mismo. Ojalá que no
esperemos “cosas” de Jesús sino que deseemos únicamente a Jesús mismo. Ojalá
que descubramos que no siempre lo que apetecemos es lo mejor para que su obra
en nosotros avance y llegue a buen término. Así dejaremos al Espíritu modelar la imagen del Señor en nosotros con la docilidad del barro en manos del alfarero.