El Evangelio de Lucas nos presenta hoy el encuentro de Jesús con dos discípulos que, descorazonados tras Su muerte que ha truncado todas sus esperanzas, regresan a su casa (Lc 24,13-35). Van cabizbajos, tristes, mientras desahogan sus corazones apenados compartiendo su frustración.
Ensimismados en su pena, son incapaces de reconocer al que se les acerca y entabla con ellos un diálogo sanador con el que los va preparando para que Le descubran vivo y resucitado. Así, nos dice el texto que, tras explicarles lo que en las Escrituras se refería a Él y partir para ellos el Pan, sus ojos se abrieron. Entonces Jesús desapareció de su vista porque, como afirma San Agustín, lo que el Señor pretende a partir de ese momento es edificar su fe. Sí, les muestra cómo y dónde pueden encontrarse con Él a partir de entonces y desaparece de su vista. Jesús se queda con ellos -con nosotros- de otro modo.
Lo mismo pretende hacer hoy contigo y conmigo: no vemos a Jesús, pero está. Se encuentra en el Pan eucarístico y en Su Palabra para que podamos alimentarnos de Él y conocerLe. No tengas reparo en frecuentar Su Presencia, misteriosa pero real, en el Santísimo Sacramento y en las Sagradas Escrituras. Si Él "está" en estos "lugares" es para enseñarnos a "estar" junto a Él en ellos. No pasa nada que pasen los días y los años sin vislumbrar o intuir apenas el Misterio que esconden y velan estas nuevas "formas de estar" de Jesús entre nosotros. Basta con que "estés" fielmente para que Jesús, vivo y presente en el Pan y en la Palabra te vaya cambiando, te transforme, te sane, abra tus ojos... ¡Que te des cuenta o no de lo que Él hace en ti es lo de menos! Tú no dejes de estar.
Acude una y otra vez a la cita pidiéndoLe que abra para ti el Libro de Su Palabra y te explique su contenido; rogándoLe que te asuma en Él cada vez que comulgas aunque no percibas nada y te parezca que todo sigue igual en tu vida; dejándote mirar por Él en largas horas de adoración eucarística aunque te aburras y te duermas. Créeme: no importa. Lo que de verdad importa es intentar mantenernos alerta para que, cuando Él quiera, nos enteremos de lo que quiere decirnos. Porque si conseguimos estar junto a Él será Él Quien se encargue de edificar nuestra fe, como afirma San Agustín; y si logramos acudir una y otra vez junto a Su Presencia misteriosa en el Pan y en la Palabra, será Él mismo Quien nos encuentre.